martes, 25 de diciembre de 2007

Navidad 2007:Misa de Medianoche , Homilia de Benedicto XVI




Queridos hermanos y hermanas:

«A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada» (cf. Lc 2,6s). Estas frases, nos llegan al corazón siempre de nuevo. Llegó el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Lc 1,31). Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior, con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.

Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?

Gracias a Dios, la noticia negativa no es la única ni la última que hallamos en el Evangelio. De la misma manera que en Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

En algunas representaciones navideñas de la Baja Edad media y de comienzo de la Edad Moderna, el pesebre se representa como edificio más bien desvencijado. Se puede reconocer todavía su pasado esplendor, pero ahora está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha convertido justamente en un establo. Aunque no tiene un fundamento histórico, esta interpretación metafórica expresa sin embargo algo de la verdad que se esconde en el misterio de la Navidad. El trono de David, al que se había prometido una duración eterna, está vacío. Son otros los que dominan en Tierra Santa. José, el descendiente de David, es un simple artesano; de hecho, el palacio se ha convertido en una choza. David mismo había comenzado como pastor. Cuando Samuel lo buscó para ungirlo, parecía imposible y contradictorio que un joven pastor pudiera convertirse en el portador de la promesa de Israel. En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono –la Cruz- corresponde al nuevo inicio en el establo. Pero justamente así se construye el verdadero palacio davídico, la verdadera realeza. Así, pues, este nuevo palacio no es como los hombres se imaginan un palacio y el poder real. Este nuevo palacio es la comunidad de cuantos se dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a ser un solo cuerpo, una humanidad nueva. El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.

Gregorio de Nisa ha desarrollado en sus homilías navideñas la misma temática partiendo del mensaje de Navidad en el Evangelio de Juan: «Y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Gregorio aplica esta palabra de la morada a nuestro cuerpo, deteriorado y débil; expuesto por todas partes al dolor y al sufrimiento. Y la aplica a todo el cosmos, herido y desfigurado por el pecado. ¿Qué habría dicho si hubiese visto las condiciones en las que hoy se encuentra la tierra a causa del abuso de las fuentes de energía y de su explotación egoísta y sin ningún reparo? Anselmo de Canterbury, casi de manera profética, describió con antelación lo que nosotros vemos hoy en un mundo contaminado y con un futuro incierto: «Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas» (PL 158, 955s). Así, según la visión de Gregorio, el establo del mensaje de Navidad representa la tierra maltratada. Cristo no reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la creación, al cosmos, su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la Navidad y hace saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida precisamente por el hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo alto con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad. Así, pues, Navidad es la fiesta de la creación renovada. Los Padres interpretan el canto de los ángeles en la Noche santa a partir de este contexto: se trata de la expresión de la alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. Para los Padres, forma parte del canto navideño de los ángeles el que ahora ángeles y hombres canten juntos y, de este modo, la belleza del cosmos se exprese en la belleza del canto de alabanza. El canto litúrgico –siempre según los Padres- tiene una dignidad particular porque es un cantar junto con los coros celestiales. El encuentro con Jesucristo es lo que nos hace capaces de escuchar el canto de los ángeles, creando así la verdadera música, que acaba cuando perdemos este cantar juntos y este sentir juntos.

En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto. Al final de nuestra meditación navideña quisiera citar una palabra extraordinaria de san Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor: “Padre nuestro que estás en los cielos”, él se pregunta: ¿qué es esto del cielo? Y ¿dónde está el cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los cielos significa: en los santos y en los justos. «En verdad, Dios no se encierra en lugar alguno. Los cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del mundo, pero, no obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en algún espacio; mas, si uno se imagina que el lugar de Dios está en los cielos, como en regiones superiores del mundo, podrá decirse que las aves son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por otra parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el Salmo: “El Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado” (Sal 34 [33], 19), y la tribulación propiamente pertenece a la humildad. Mas así como el pecador fue llamado “tierra”, así, por el contrario, el justo puede llamarse “cielo”» (Serm. in monte II 5,17). El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo. Amén.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Por la Familia cristiana




Pincha aqui y encontraras toda la imformacion sobre esta Gran Celebracion que organiza el Cardenal Antonio María Rouco Varela , Arzobispo de Madrid.

¡POR LA FAMILIA CRISTIANA: TODOS EN MADID EL DÍA 30!

sábado, 1 de diciembre de 2007

La castidad, la mejor preparación

«La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona» 1 «La castidad cristiana supone superación del propio egoísmo, capacidad de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y lealtad en el servicio y en el amor». 2

«La castidad es el gran éxito de los jóvenes antes del matrimonio. Es, además, la mejor forma de comprender y, sobre todo, de valorar el amor.
»No es una negación de la sexualidad, sino la mejor de las preparaciones para la vida conyugal.
»Porque es un entrenamiento en la generosidad, en el deber y en el dominio de sí mismo, cualidades tan importantes para el ejercicio de la sexualidad humana.
»En los jóvenes, la castidad entrena y forma la personalidad.
»Supone un esfuerzo que va dotando a la persona de solidez en la voluntad y de una sensación de posesión y dominio de sí mismo, que, a su vez, es fuente de profunda paz y alegría.
»Los jóvenes castos, normalmente, son más constantes en el trabajo y en el estudio, tienen más ilusiones, son más idealistas.
»La pureza es una virtud eminentemente positiva y constructiva que templa el carácter y lo fortalece. Produce paz, equilibrio de espíritu, armonía interior. Purifica el amor y lo eleva; es causa de alegría, de energía física y moral; de mayor rendimiento en el deporte y en el estudio, y prepara para el amor conyugal» 3.

El Papa Juan Pablo II dijo a los jóvenes en Lourdes el 15 de agosto de 1983: «Los que os hablan de un amor espontáneo y fácil os engañan.
»El amor según Cristo es un camino difícil y exigente. El ser lo que Dios quiere, exige un paciente esfuerzo, una lucha contra nosotros mismos. Hay que llamar por su nombre al bien y al mal» 4.

También Juan Pablo II dijo a los miles de jóvenes reunidos en Rímini (Italia) en agosto de 1985: «¿Quieres encerrarte en el círculo de tus instintos? En el hombre, a diferencia de los animales, el instinto no tiene derecho a tener la última palabra» 5.

Paul Claudel le escribe a su hijo:
«Mi querido hijo:
»No creas a los que te dicen que la juventud ha sido hecha para divertirse. La juventud no ha sido hecha para el placer sino para el heroísmo.
»Porque un joven necesita heroísmo para resistir a las tentaciones que le rodean» 6.

«Los jóvenes reciben de la oración fuego y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás» 7.

Lo que es imposible es guardar la pureza de cuerpo sin guardarla también de corazón y de pensamiento 8.

Si no vigilas tu imaginación y tus pensamientos, es imposible que guardes castidad.
El apetito sexual es sobre todo psíquico.
Si no se arrancan las raíces de la imaginación es imposible contener las consecuencias en la carne.
Por eso es necesario saber dominar la imaginación y los deseos.
El apetito sexual aumenta según la atención que se le preste.
Como los perros que ladran cuando se les mira, y se callan si no se les hace caso.

«La sexualidad ha de ser vivida bajo el signo de la cruz y la redención. Y desde esta perspectiva había que interrogarse sobre el valor positivo de la abstinencia sexual durante el noviazgo» 9.

La pureza no puede guardarse sin la mortificación de los sentidos.
Quien no quiere renunciar a los incentivos de la sensual vida moderna, que exaltan la concupiscencia, es natural que sea víctima de tentaciones perturbadoras, y que la caída sea inevitable.
La pureza no se puede guardar a medias.
Con nuestras solas fuerzas, tampoco; pero con el auxilio de Dios, sí.
Quien -con la ayuda de Dios- se decide a luchar con todas sus fuerzas, vence seguro.
No es que muera la inclinación, sino que será gobernada por las riendas de la razón.

«En la vida hay que entrenarse.
»Entrenarse es hacer un esfuerzo cuando no hace falta, para saber esforzarse cuando haga falta.
»El que no sabe decir no cuando pudiera decir sí, no sabrá decir no cuando tenga que decir no.
»El que no sabe privarse de lo lícito por ensayo, no sabrá privarse de lo ilícito cuando sea necesario» 10.

Muchos quieren liberarse de la moral católica que consideran represiva, y lo que hacen es caer en la esclavitud del pecado que degrada al hombre.
El yugo de Cristo es suave y ligero 11, si se lleva con amor y voluntad corredentora.

Dice el gran moralista belga José Creusen: «La impureza, sin ser el más grave de los pecados, es el más frecuente de los pecados graves.
»La castidad, sin ser la más perfecta de las virtudes, es una de las más necesarias. (...).
»En materia de castidad lo más fácil es el dominio completo. Andar a medias es muy peligroso» 12.

«La explotación de la sexualidad por sí misma y sobre todo, con el único fin de conseguir la satisfacción sexual, es funesta, tanto para la vida individual como colectiva» 13

Aunque los pornócratas, para defender su negocio, dicen que la virginidad ha dejado de ser virtud, y nos presentan la homosexualidad y la masturbación como cosas naturales, por encima de todas las palabras de los hombres está la ley de Dios que nos señala lo que es bueno y lo que es malo.

Hoy se oyen con frecuencia palabras de menosprecio hacia la virginidad. Generalmente provienen de personas que la han perdido.
Como en el cuento de la zorra y las uvas, es natural menospreciar lo que uno no es capaz de conseguir.
Pero las joyas no pierden valor porque haya personas que son incapaces de apreciarlas.

«Si hubiéramos de responder ateniéndonos a duros hechos externos que definen masivamente nuestra sociedad, tal vez hubiéramos de concluir que, a juicio de muchos, la castidad, hoy, es todo lo contrario de un valor: es un antivalor que hay que arrumbar para siempre. Si fue un valor, hoy es un lastre.
»Pero si la respuesta la damos analizando la naturaleza misma de la castidad, contrastada con el concepto filosófico del valor para el hombre, entonces hay que concluir que la castidad es un valor, un valor por sí mismo, primario y absoluto por su bondad intrínseca y por la conveniencia esencial con la naturaleza humana.
»Acaso todo depende del concepto que tengamos de castidad. Si la entendemos como una represión, una mutilación, un comportamiento negativo, una actitud desnaturalizante, entonces no es ni puede ser un valor.
»¿Qué es entonces la castidad? Sencillamente, la castidad es el ordenamiento de la potencialidad sexual del hombre en consonancia con su condición específica de persona racional, inteligente y autodeterminativa...
»Ser un esclavo de los instintos en el campo sexual, le convierte en animal, lo desnaturaliza de su condición de persona libre y de su condición de sujeto autodeterminativo. Usar mal de la capacidad sexual, es una traición a la sexualidad humana. Al ser la castidad la recta ordenación de las fuerzas sexuales y de la afectividad en el hombre en consonancia con los fines específicos de la sexualidad y con la condición integral de la persona como ser inteligente y dueño de sus instintos, no cabe duda que la castidad perfecciona al hombre en su misma condición de hombre. Una perfección en lo esencial siempre es un bien. El bien, en sus múltiples formas, es un valor.

»Una joven de 16 años dice:
»Con la castidad yo pienso que aprendemos a respetarnos a nosotros mismos y a no hacernos animales.
»Los animales lo hacen todo por instinto.
»Si nosotros no tuviéramos un principio regulador, un medio para dominar nuestros instintos nos haríamos como ellos.
»Es bonito que aprendamos a valorar algo que nosotros tenemos y ellos no tienen.
»Es una satisfacción disfrutar de algo adquirido por tu propio esfuerzo, por tu decisión, por tu voluntad.
»Con la castidad voluntaria yo me hago superior a los animales. Esto creo que tiene su belleza y su valor...
-¿Te es fácil vivir la castidad a los dieciséis años?
-En principio, me cuesta, como creo que les cuesta a los demás. Pero debo confesar que a mí me es fácil vivirla.
-¿Por qué te es fácil?
-En primer lugar, me doy cuenta de que no merece la pena perder la castidad por el placer sexual de un momento. Pero acaso me cueste poco por la educación que he recibido desde mi infancia...
-¿Encuentras valores en la castidad?
-El saber que nuestro cuerpo tiene un destino superior al de dejarlo aquí en la tierra. Los planes de Dios sobre los hombres nos hablan de una glorificación de nuestro cuerpo en la vida futura. Aparte de la glorificación corporal donada por Dios, tiene que ser también un don de este cuerpo, el haber sabido conservarlo íntegro, inmaculado, como Él nos lo

»Y una joven madre soltera contesta:
-En realidad, no ha sido la castidad mi fuerte. Para mí prácticamente no ha existido. No he sido casta. Pero hoy, que me he dado cuenta, la considero maravillosa. Para mí la castidad no ha entrado en mi vida por el hecho de haberme apartado de Dios. Hoy creo que la encontré y la veo fenomenal.
-¿Te atreverías a decirme por qué no has sido casta?
-Sí. No he sido casta por el hecho de no pensar, por vivir al margen de todo. Tal vez por comodidad, por dejadez. Te dejas llevar por cualquier impulso.
-¿Cuándo diste el cambio?
-Al mes de dar a luz tuve la oportunidad de estar sola, pensar mucho, y me di cuenta de que había algo más que todo aquello que había vivido. Y vi claro que aquel Dios que mis padres y mi colegio me habían enseñado, existía realmente y era algo verdadero... Si amo ahora la castidad es porque le amo a Él... Dios importa mucho para mi vida.
-¿Qué otros valores crees que tiene la castidad?
-Creo que hay otros valores. Antes, que no era casta, que me dejaba llevar por los impulsos, no era libre. En cambio, ahora que tiendo más a ser casta, me siento más libre, me he liberado de mis impulsos.
»Al dejar esos impulsos a un lado, el mismo cuerpo gana serenidad, dominio, salud, belleza.
»Y hasta dignidad, porque el cuerpo no debe ser sólo un instrumento del placer, sino un medio de realizarse en la vida cumpliendo una misión» 14.

Por otra parte, la castidad es fácil de guardar, si se busca el auxilio de la gracia de Dios, y se fortifica el alma con los sacramentos de la confesión y la comunión.
El mejor consejo que se puede dar al que ha empezado a rodar por la pendiente del vicio es comunión frecuente y confesión con un Director Espiritual fijo.
Es un remedio seguro para corregirse y salir del pecado. No hay pecador que resista.
El sacramento de la confesión, además de ser un remedio curativo, es un remedio preventivo.
La Comunión y la Dirección Espiritual dan fuerza y luz para obrar con eficacia.

«Se puede, por tanto, hablar, y hay que hacerlo, de un imperativo de la pureza que se impone a los novios, no como una coacción penosa cuya única finalidad sería crearles molestias, sino como una fuerza interior que vivifica el amor elevándolo y manteniéndolo en un plano superior.
»Esta pureza pretende estar libre de todo desprecio hacia el cuerpo y se basa, al contrario, sobre el respeto soberano a la carne, a la que restituye su equilibrio, eliminando los elementos de defección que son un peligro para ella.
»En cuanto al amor mismo, lo consolida; y prepara así la felicidad de que gozará la pareja cuando se halle ligada por la vida común» 15.

«El que la castidad prematrimonial sea perjudicial a la salud es ya un mito descartado hace tiempo por la ciencia médica y la psicología, y algo en que sólo tratan de creer los que buscan una excusa para no ser castos.
»Para Freud toda neurosis era de origen sexual. Hoy sus mismos discípulos no sostienen esta doctrina.
»Adler afirma: “No siendo verdad que la libido reprimida sea causa de la neurosis, el dar salida al instinto sexual no cura por sí mismo esta neurosis”.
»La castidad educa la voluntad por el vencimiento que supone. Una educación que no exige esfuerzos, conduce a la anarquía, no forma adultos sino desequilibrados, sin aptitud para hacer frente a las dificultades de la vida.
»El vencimiento propio es indispensable para la formación del ser humano. Decir que los impulsos sexuales son irresistibles no es científico.
»La biología moderna declara que los reflejos genitales pueden dominarse con el ejercicio de la voluntad.
»El poder del espíritu sobre el cuerpo, de lo psíquico sobre lo físico es muy grande. Esto lo confirma la psicología actual» 16.

«La castidad protege vuestro futuro amor. Los jóvenes que han sabido estar a la altura de su deber son los que sabrán después estar a la altura de su amor. El amor conyugal, les va a exigir entrega, generosidad y sacrificio, y ellos ya traen un buen entrenamiento en todo esto.
»Además, el mejor regalo que podréis haceros unos esposos es el de un cuerpo y un alma íntegros.
»La castidad juvenil es un esfuerzo. Pero es un esfuerzo que lleva consigo una recompensa inmensa.
»Un esfuerzo que va reforzando y madurando tu personalidad. Es un esfuerzo que lleva consigo una profunda alegría. Un esfuerzo que comprenden y practican los que saben qué es el amor» 17.

Los jóvenes reciben de la oración «fuerza y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás» 18.

El mundo se ríe de la pureza y de la castidad, como si se tratara de cosas trasnochadas y pasadas de moda.
El mundo dice: «Hay que darse el máximo de satisfacciones en la vida».
Pero Cristo dice: «Véncete a ti mismo, toma tu cruz, procura entrar por la puerta estrecha» 19.
El mundo dice: «¡Hay que liberarse de viejos tabúes!».
Pero Cristo dijo: «Bienaventurados los limpios de corazón» 20.
El mundo dice: «El amor no es pecado. Lo que se hace por amor es bueno». Pero la Biblia limita las relaciones sexuales al matrimonio: «Absteneos de la fornicación» 21 «Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros»22.



1. Sagrada Congregación para la educación católica: Pautas de educación sexual, nº 18. Revista ECCLESIA, 2155 (24-XII-83)23
2. Conferencia Episcopal Española: Ésta es nuestra fe, 2ª, III, 7, 2, 1, b. EDICE. Madrid, 1986.
3. MANUEL VIERA: Vida sexual y psicología moderna, VI, 1. Ed. Mensajero. Bilbao.
4. Diario YA, 16-VIII-83, pg. 15
5. Diario YA, 27-VIII-85, pg. 30
6. BERNABÉ TIERNO: Valores humanos, 4º, III, 2. Ed. Taller de Ediciones. Madrid. 1998.
7. Sagrada Congregación para la Educación Católica: Orientaciones sobre el Amor Humano, 46
ar8. ANTONIO ROYO MARÍN, O.P: Teología Moral para seglares, 1º, 2ª, II, nº 492s. Ed.BAC.Madrid.
9. R. SIMÓN: Una educación sexual dinámica, Colofón. Ed. FAX. Madrid.
10. EDUARDO ARCUSA, S.I.: Eternas Preguntas, VIII, 4. Ed. Balmes. Barcelona
11. Evangelio de SAN MATEO, 11:28ss
12. EDUARDO ARCUSA, S.I.: Eternas preguntas, IV, 2. Ed. Balmes. Barcelona.
13. Varios autores: Sexualidad y vida cristiana, 3ª, VI. Ed. Sal Terrae. Santander, 1982.
14. J. R. LEBRATO: Junto al erotismo, 1ª, II. Ed. Studium. Madrid, 1974. Breve pero interesantísimo libro en el que se exponen unas entrevistas sobre la castidad a gran variedad de personas.
15. CHARBONNEAU: Noviazgo y felicidad, VI, 3. Ed. Herder. Barcelona, 1970
16. MANUEL VIERA: Vida sexual y psicología moderna, VI, 1. Ed. Mensajero. Bilbao
17. ROBINSON: Educación sexual y conyugal, 1ª, III, 12. Ed. Mensajero. Bilbao. Precioso libro que deberían leer todos los jóvenes a partir de los 18 años. Informa admirablemente de todo lo que deben saber los jóvenes y los esposos sobre la vida sexual.
18. Sagrada Congregación para la Educación Católica: Orientaciones educativas sobre el amor humano, nº 46
19. Evangelio de SAN MATEO, 16:24
20. Evangelio de SAN MATEO, 5:8
21. SAN PABLO: Primera Carta a los Tesalonicenses, 4:3
22. Carta a los Hebreos, 13:4

Spe salvi - Salvados en la Esperanza



SPE SALVI - Documento íntegro en castellano.

Solemnidad de Jesucristo , Rey del Universo - Homilia de Benedicto XVI



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras;
queridos hermanos y hermanas:

Este año la solemnidad de Cristo, Rey del universo, coronamiento del año litúrgico, se enriquece con la acogida en el Colegio cardenalicio de veintitrés nuevos miembros, a quienes, según la tradición, he invitado hoy a concelebrar conmigo la Eucaristía. A cada uno de ellos dirijo mi saludo cordial, extendiéndolo con afecto fraterno a todos los cardenales presentes. Además, me alegra saludar a las delegaciones que han venido de diversos países y al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede; a los numerosos obispos y sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles, especialmente a los provenientes de las diócesis encomendadas a la solicitud pastoral de algunos de los nuevos cardenales.

La solemnidad litúrgica de Cristo Rey da a nuestra celebración una perspectiva muy significativa, delineada e iluminada por las lecturas bíblicas. Nos encontramos como ante un imponente fresco con tres grandes escenas: en el centro, la crucifixión, según el relato del evangelista san Lucas; a un lado, la unción real de David por parte de los ancianos de Israel; al otro, el himno cristológico con el que san Pablo introduce la carta a los Colosenses. En el conjunto destaca la figura de Cristo, el único Señor, ante el cual todos somos hermanos. Toda la jerarquía de la Iglesia, todo carisma y todo ministerio, todo y todos estamos al servicio de su señorío.

Debemos partir del acontecimiento central: la cruz. En ella Cristo manifiesta su realeza singular. En el Calvario se confrontan dos actitudes opuestas. Algunos personajes que están al pie de la cruz, y también uno de los dos ladrones, se dirigen con desprecio al Crucificado: "Si eres tú el Cristo, el Rey Mesías —dicen—, sálvate a ti mismo, bajando del patíbulo". Jesús, en cambio, revela su gloria permaneciendo allí, en la cruz, como Cordero inmolado.

Con él se solidariza inesperadamente el otro ladrón, que confiesa implícitamente la realeza del justo inocente e implora: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" (Lc 23, 42). San Cirilo de Alejandría comenta: "Lo ves crucificado y lo llamas rey. Crees que el que soporta la burla y el sufrimiento llegará a la gloria divina" (Comentario a san Lucas, homilía 153). Según el evangelista san Juan, la gloria divina ya está presente, aunque escondida por la desfiguración de la cruz. Pero también en el lenguaje de san Lucas el futuro se anticipa al presente cuando Jesús promete al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43).

San Ambrosio observa: "Este rogaba que el Señor se acordara de él cuando llegara a su reino, pero el Señor le respondió: "En verdad, en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso". La vida es estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino" (Exposición sobre el evangelio según san Lucas 10, 121). Así, la acusación: "Este es el rey de los judíos", escrita en un letrero clavado sobre la cabeza de Jesús, se convierte en la proclamación de la verdad. San Ambrosio afirma también: "Justamente la inscripción está sobre la cruz, porque el Señor Jesús, aunque estuviera en la cruz, resplandecía desde lo alto de la cruz con una majestad real" (ib., 10, 113).

La escena de la crucifixión en los cuatro evangelios constituye el momento de la verdad, en el que se rasga el "velo del templo" y aparece el Santo de los santos. En Jesús crucificado se realiza la máxima revelación posible de Dios en este mundo, porque Dios es amor, y la muerte de Jesús en la cruz es el acto de amor más grande de toda la historia.

Pues bien, en el anillo cardenalicio que dentro de poco entregaré a los nuevos miembros del sagrado Colegio está representada precisamente la crucifixión. Queridos hermanos neo-cardenales, para vosotros será siempre una invitación a recordar de qué Rey sois servidores, a qué trono fue elevado y cómo fue fiel hasta el final para vencer el pecado y la muerte con la fuerza de la misericordia divina. La madre Iglesia, esposa de Cristo, os da esta insignia como recuerdo de su Esposo, que la amó y se entregó a sí mismo por ella (cf. Ef 5, 25). Así, al llevar el anillo cardenalicio, recordáis constantemente que debéis dar la vida por la Iglesia.

Si dirigimos ahora la mirada a la escena de la unción real de David, presentada por la primera lectura, nos impresiona un aspecto importante de la realeza, es decir, su dimensión "corporativa". Los ancianos de Israel van a Hebrón y sellan una alianza con David, declarando que se consideran unidos a él y quieren ser uno con él. Si referimos esta figura a Cristo, me parece que vosotros, queridos hermanos cardenales, podéis muy bien hacer vuestra esta profesión de alianza. También vosotros, que formáis el "senado" de la Iglesia, podéis decir a Jesús: "Nos consideramos como tus huesos y tu carne" (2 S 5, 1). Pertenecemos a ti, y contigo queremos ser uno. Tú eres el pastor del pueblo de Dios; tú eres el jefe de la Iglesia (cf. 2 S 5, 2). En esta solemne celebración eucarística queremos renovar nuestro pacto contigo, nuestra amistad, porque sólo en esta relación íntima y profunda contigo, Jesús, nuestro Rey y Señor, asumen sentido y valor la dignidad que nos ha sido conferida y la responsabilidad que implica.

Ahora nos queda por admirar la tercera parte del "tríptico" que la palabra de Dios pone ante nosotros: el himno cristológico de la carta a los Colosenses. Ante todo, hagamos nuestro el sentimiento de alegría y de gratitud del que brota, porque el reino de Cristo, la "herencia del pueblo santo en la luz", no es algo que sólo se vislumbre a lo lejos, sino que es una realidad de la que hemos sido llamados a formar parte, a la que hemos sido "trasladados", gracias a la obra redentora del Hijo de Dios (cf. Col 1, 12-14).

Esta acción de gracias impulsa el alma de san Pablo a la contemplación de Cristo y de su misterio en sus dos dimensiones principales: la creación de todas las cosas y su reconciliación. En el primer aspecto, el señorío de Cristo consiste en que "todo fue creado por él y para él (...) y todo se mantiene en él" (Col 1, 16). La segunda dimensión se centra en el misterio pascual: mediante la muerte en la cruz del Hijo, Dios ha reconciliado consigo a todas las criaturas y ha pacificado el cielo y la tierra; al resucitarlo de entre los muertos, lo ha hecho primicia de la nueva creación, "plenitud" de toda realidad y "cabeza del Cuerpo" místico que es la Iglesia (cf. Col 1, 18-20). Estamos nuevamente ante la cruz, acontecimiento central del misterio de Cristo. En la visión paulina, la cruz se enmarca en el conjunto de la economía de la salvación, donde la realeza de Jesús se manifiesta en toda su amplitud cósmica.

Este texto del Apóstol expresa una síntesis de verdad y de fe tan fuerte que no podemos menos de admirarnos profundamente. La Iglesia es depositaria del misterio de Cristo: lo es con toda humildad y sin sombra de orgullo o arrogancia, porque se trata del máximo don que ha recibido sin mérito alguno y que está llamada a ofrecer gratuitamente a la humanidad de todas las épocas, como horizonte de significado y de salvación. No es una filosofía, no es una gnosis, aunque incluya también la sabiduría y el conocimiento. Es el misterio de Cristo; es Cristo mismo, Logos encarnado, muerto y resucitado, constituido Rey del universo.

¿Cómo no experimentar un intenso entusiasmo, lleno de gratitud, por haber sido admitidos a contemplar el esplendor de esta revelación? ¿Cómo no sentir al mismo tiempo la alegría y la responsabilidad de servir a este Rey, de testimoniar con la vida y con la palabra su señorío?
Venerados hermanos cardenales, esta es, de modo particular, nuestra misión: anunciar al mundo la verdad de Cristo, esperanza para todo hombre y para toda la familia humana. En la misma línea del concilio ecuménico Vaticano II, mis venerados predecesores los siervos de Dios Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II fueron auténticos heraldos de la realeza de Cristo en el mundo contemporáneo. Y es para mí motivo de consuelo poder contar siempre con vosotros, sea colegialmente, sea de modo individual, para cumplir también yo esta misión fundamental del ministerio petrino.

Hay un aspecto, unido estrechamente a esta misión, que quiero tratar al final y encomendar a vuestra oración: la paz entre todos los discípulos de Cristo, como signo de la paz que Jesús vino a establecer en el mundo. Hemos escuchado en el himno cristológico la gran noticia: Dios quiso "pacificar" el universo mediante la cruz de Cristo (cf. Col 1, 20). Pues bien, la Iglesia es la porción de humanidad en la que ya se manifiesta la realeza de Cristo, que tiene como expresión privilegiada la paz. Es la nueva Jerusalén, aún imperfecta porque peregrina en la historia, pero capaz de anticipar, en cierto modo, la Jerusalén celestial.

Por último, podemos referirnos aquí al texto del salmo responsorial, el 121: pertenece a los así llamados "cantos de las subidas", y es el himno de alegría de los peregrinos que suben hacia la ciudad santa y, al llegar a sus puertas, le dirigen el saludo de paz: shalom. Según una etimología popular, Jerusalén significaba precisamente "ciudad de la paz", la paz que el Mesías, hijo de David, establecería en la plenitud de los tiempos. En Jerusalén reconocemos la figura de la Iglesia, sacramento de Cristo y de su reino.

Queridos hermanos cardenales, este salmo expresa bien el ardiente canto de amor a la Iglesia que vosotros ciertamente lleváis en el corazón. Habéis dedicado vuestra vida al servicio de la Iglesia, y ahora estáis llamados a asumir en ella una tarea de mayor responsabilidad. Debéis hacer plenamente vuestras las palabras del salmo: "Desead la paz a Jerusalén" (v. 6). Que la oración por la paz y la unidad constituya vuestra primera y principal misión, para que la Iglesia sea "segura y compacta" (v. 3), signo e instrumento de unidad para todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).

Pongo, más bien, pongamos todos juntos esta misión bajo la protección solícita de la Madre de la Iglesia, María santísima. A ella, unida al Hijo en el Calvario y elevada como Reina a su derecha en la gloria, le encomendamos a los nuevos purpurados, al Colegio cardenalicio y a toda la comunidad católica, comprometida a sembrar en los surcos de la historia el reino de Cristo, Señor de la vida y Príncipe de la paz.

Consistorio para creacion de nuevos cardenales-Homilia de Benedicto XVI



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

En esta basílica vaticana, corazón del mundo cristiano, se renueva hoy un significativo y solemne acontecimiento eclesial: el consistorio ordinario público para la creación de veintitrés nuevos cardenales, con la imposición de la birreta y la asignación del título. Es un acontecimiento que suscita cada vez una emoción especial, y no sólo en los que con estos ritos son admitidos a formar parte del Colegio cardenalicio, sino en toda la Iglesia, gozosa por este elocuente signo de unidad católica.

La ceremonia misma, en su estructura, pone de relieve el valor de la tarea que los nuevos cardenales están llamados a realizar colaborando estrechamente con el Sucesor de Pedro, e invita al pueblo de Dios a orar para que en su servicio estos hermanos nuestros permanezcan siempre fieles a Cristo hasta el sacrificio de su vida, si fuera necesario, y se dejen guiar únicamente por su Evangelio. Así pues, nos unimos con fe a ellos y elevamos ante todo al Señor nuestra oración de acción de gracias.

En este clima de alegría y de intensa espiritualidad, os saludo con afecto a cada uno de vosotros, queridos hermanos, que desde hoy sois miembros del Colegio cardenalicio, elegidos para ser, según una antigua institución, los consejeros y colaboradores más cercanos del Sucesor de Pedro en la guía de la Iglesia.

Saludo y doy las gracias al arzobispo Leonardo Sandri, que en vuestro nombre me ha dirigido unas palabras amables y devotas, subrayando al mismo tiempo el significado y la importancia del momento eclesial que estamos viviendo. Además, siento el deber de recordar a monseñor Ignacy Jez, al que el Dios de toda gracia llamó a sí poco antes del nombramiento, para darle una corona muy diferente: la de la gloria eterna en Cristo.

Mi saludo cordial se dirige, asimismo, a los señores cardenales presentes y también a los que no han podido estar físicamente con nosotros, pero están unidos espiritualmente a nosotros. La celebración del consistorio siempre es una ocasión providencial para dar urbi et orbi, a la ciudad de Roma y al mundo entero, el testimonio de la singular unidad que congrega a los cardenales en torno al Papa, obispo de Roma.

En una circunstancia tan solemne dirijo también un saludo respetuoso y deferente a las delegaciones de los Gobiernos y a las personalidades que han venido de todas las partes del mundo, así como a los familiares, a los amigos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a los fieles de las diversas Iglesias locales de donde provienen los nuevos purpurados.

Saludo, por último, a todos los que se han dado cita aquí para acompañarlos y expresarles su estima y su afecto con una alegría festiva.

Con esta celebración, queridos hermanos, sois insertados con pleno título en la veneranda Iglesia de Roma, cuyo pastor es el Sucesor de Pedro. En el Colegio de los cardenales revive así el antiguo presbyterium del Obispo de Roma, cuyos componentes, mientras desempeñaban funciones pastorales y litúrgicas en las diversas iglesias, le prestaban su valiosa colaboración en lo relativo al cumplimiento de las tareas vinculadas a su ministerio apostólico universal.

Los tiempos han cambiado y la gran familia de los discípulos de Cristo se encuentra hoy esparcida por todos los continentes hasta los lugares más lejanos de la tierra, habla prácticamente todas las lenguas del mundo y pertenecen a ella pueblos de todas las culturas. La diversidad de los miembros del Colegio cardenalicio, tanto por su procedencia geográfica como cultural, pone de relieve este crecimiento providencial y al mismo tiempo destaca las nuevas exigencias pastorales a las que el Papa debe responder. Por tanto, la universalidad, la catolicidad de la Iglesia se refleja muy bien en la composición del Colegio de los cardenales: muchísimos son pastores de comunidades diocesanas; otros están al servicio directo de la Sede apostólica; y otros han prestado servicios beneméritos en sectores pastorales específicos.

Cada uno de vosotros, queridos y venerados hermanos neo-cardenales, representa, por consiguiente, una porción del articulado Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia extendida por doquier. Sé bien cuánto esfuerzo y sacrificio implica hoy la atención pastoral de las almas, pero conozco la generosidad que sostiene vuestra actividad apostólica diaria. Por eso, en la circunstancia que estamos viviendo, quiero confirmaros mi sincero aprecio por el servicio fielmente prestado durante tantos años de trabajo en los diversos ámbitos del ministerio eclesial, un servicio que ahora, con la elevación a la púrpura, estáis llamados a realizar con una responsabilidad aún mayor, en una comunión muy íntima con el Obispo de Roma.

Pienso ahora con afecto en las comunidades encomendadas a vuestra solicitud y, de modo especial, a las más probadas por el sufrimiento, por desafíos y dificultades de diverso tipo. Entre ellas, en este momento de alegría, no puedo menos de dirigir la mirada con preocupación y afecto a las queridas comunidades cristianas que se encuentran en Irak. Estos hermanos y hermanas nuestros en la fe experimentan en su propia carne las consecuencias dramáticas de un conflicto persistente y viven actualmente en una situación política muy frágil y delicada.

Al llamar a entrar en el Colegio de los cardenales al Patriarca de la Iglesia caldea, quise expresar de modo concreto mi cercanía espiritual y mi afecto a esas poblaciones. Queridos y venerados hermanos, juntos queremos reafirmar la solidaridad de la Iglesia entera con los cristianos de esa amada tierra e invitar a implorar de Dios misericordioso, para todos los pueblos implicados, la llegada de la anhelada reconciliación y de la paz.

Hemos escuchado hace poco la palabra de Dios que nos ayuda a comprender mejor el momento solemne que estamos viviendo. En el pasaje evangélico, Jesús nos acaba de recordar por tercera vez el destino que le espera en Jerusalén, pero la ambición de los discípulos prevalece sobre el miedo que se había apoderado de ellos durante unos instantes.

Después de la confesión de Pedro en Cesarea y de la discusión a lo largo del camino sobre quién de ellos era el mayor, la ambición impulsa a los hijos de Zebedeo a reivindicar para sí los mejores puestos en el reino mesiánico, al final de los tiempos. En la carrera hacia los privilegios, los dos saben bien lo que quieren, al igual que los otros diez, a pesar de su "virtuosa" indignación. Pero, en realidad, no saben lo que piden. Es Jesús quien se lo hace comprender, hablando en términos muy diversos del "ministerio" que les espera. Corrige la burda concepción que tienen del mérito, según la cual el hombre puede adquirir derechos con respecto a Dios.

El evangelista san Marcos nos recuerda, queridos y venerados hermanos, que todo verdadero discípulo de Cristo sólo puede aspirar a una cosa: a compartir su pasión, sin reivindicar recompensa alguna. El cristiano está llamado a asumir la condición de "siervo" siguiendo las huellas de Jesús, es decir, gastando su vida por los demás de modo gratuito y desinteresado. Lo que debe caracterizar todos nuestros gestos y nuestras palabras no es la búsqueda del poder y del éxito, sino la humilde entrega de sí mismo por el bien de la Iglesia.

En efecto, la verdadera grandeza cristiana no consiste en dominar, sino en servir. Jesús nos repite hoy a cada uno que él "no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). Este es el ideal que debe orientar vuestro servicio. Queridos hermanos, al entrar a formar parte del Colegio de los cardenales, el Señor os pide y os encomienda el servicio del amor: amor a Dios, amor a su Iglesia, amor a los hermanos con una entrega máxima e incondicional, usque ad sanguinis effusionem, como reza la fórmula de la imposición de la birreta y como lo muestra el color púrpura del vestido que lleváis.

Sed apóstoles de Dios, que es Amor, y testigos de la esperanza evangélica: esto es lo que espera de vosotros el pueblo cristiano. Esta ceremonia subraya la gran responsabilidad que tenéis cada uno de vosotros, venerados y queridos hermanos, y que encuentra confirmación en las palabras del apóstol san Pedro que acabamos de escuchar: "Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 P 3, 15). Esa responsabilidad no libra de los peligros, pero, como recuerda también san Pedro, "más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal" (1 P 3, 17). Cristo os pide que confeséis ante los hombres su verdad, que abracéis y compartáis su causa, y que realicéis todo esto "con dulzura y respeto, con buena conciencia" (1 P 3, 15-16), es decir, con la humildad interior que es fruto de la cooperación con la gracia de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, mañana, en esta misma basílica, tendré la alegría de celebrar la Eucaristía, en la solemnidad de Cristo, Rey del universo, juntamente con los nuevos cardenales, y les entregaré el anillo. Será una ocasión muy importante y oportuna para reafirmar nuestra unidad en Cristo y para renovar la voluntad común de servirle con total generosidad. Acompañadlos con vuestra oración, para que respondan al don recibido con una entrega plena y constante.

A María, Reina de los Apóstoles, nos dirigimos ahora con confianza. Que su presencia espiritual hoy, en este cenáculo singular, sea para los nuevos cardenales y para todos nosotros prenda de la constante efusión del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a lo largo de su camino en la historia. Amén.

viernes, 23 de noviembre de 2007

¡Ámame como eres!-Palabras alentadoras de Jesús al alma


Conozco tu miseria, los combates y las tribulaciones de tu alma, la debilidad y las enfermedades del cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados, sus fallas y, sin embargo, te digo: «Dame tu corazón, ámame como eres…»

Si esperas ser un ángel para abandonarte al Amor, nunca me amarás. Aunque recaigas a menudo en esas faltas que tú quisieras no haber cometido jamás; aunque seas cobarde y en la práctica de la virtud, no te permito que no me ames.

Ámame tal como eres. En cada instante y cualquier situación en que te encuentres, en el fervor o en la aridez, en la fidelidad o en la infidelidad, ámame… como eres… Quiero el amor de tu pobre corazón; si esperas ser perfecto, no me amarás nunca.

¿Acaso no podría Yo hacer de cada granito de arena un serafín radiante de pureza, de nobleza y de amor? ¿No podría con un solo querer de mi voluntad, hacer surgir de la nada millares de Santos, mil veces más perfectos y más amantes que todos los que he creado? ¿No soy Yo, el Todopoderoso? Y, ¿si Yo quisiera dejar siempre en la nada a estos seres maravillosos y preferir tu pobre amor al de ellos?

Hijito, déjame amarte, quiero tu corazón.

Claro que te voy a educar, pero mientras, te amo tal como eres, y deseo que tú hagas lo mismo; deseo ver que surja del fondo de tu miseria el amor. Amo en ti hasta tu propia debilidad. Amo al amor de los pobres; quiero que de indigencia se eleve continuamente este grito: «Jesús, te amo». Es el canto de tu corazón lo que me interesa. ¿Qué necesidad tengo tu ciencia o de talentos? Una sola cosa me importa, verte trabajar con amor. No son tus virtudes que deseo, si te las diera, eres tan débil que alimentarían tu amor propio; no te preocupes de esto.

Habría podido destinarte para grandes cosas; pero no, serás el servidor inútil, te quitaré y aún lo poco que tienes, pues te he creado para el Amor. ¡AMA!

Hoy estoy a la puerta de tu corazón como un mendigo, Yo, el Señor de los señores. Llamo y espero, apúrate en abrirme, no te excuses con tu miseria. Tu indigencia, si la conocieras plenamente, morirías de dolor. Lo único que me puede herir el corazón sería ver que dudaras y que te faltara la confianza en Mí.

Quiero que pienses en Mí en cada hora del día y de la noche, no quiero que hagas alguna acción, incluso la más insignificante, por un motivo que no sea el Amor.

Cuando te toque sufrir, te daré la fuerza; tú me diste tu amor, te daré que ames más de lo que tú has soñado.

Te he dado a mi Madre; haz pasar todo por su Corazón tan puro. Pero recuerda: «Ámame tal cómo eres». No esperes ser un santo para entregar al Amor, de lo contrario tú no me amarás nunca».

Nota: Estas palabras fueron dictadas por Nuestro Señor a un alma piadosa en Bélgica, el Señor ha dicho que si alguna persona lee estas palabras es porque El así lo ha querido, y estas palabras serán un mensaje de Jesús para ti lector que las les.

Testimonio de Kiko Argüello


Testimonio de Kiko Argüello

"Somos testigos de una única realidad que está sucediendo: el Espiritu Santo que está soplando sobre su Iglesia, a pesar de nuestros pecados, para ayudarla"

Testimonio de Kiko Argüello -Francisco José Gómez de Argüello es su nombre completo-, iniciador del Camino Neocatecumenal, en un encuentro ante cientos de jóvenes "no pertenecientes al Camino", en Asís, el 1 de noviembre de 1.996

TESTIMONIO IMPROVISADO

Soy hijo de una familia normal, burguesa, de Madrid. Mi padre era abogado, Una familia acomodada. Soy primogénito de cuatro hermanos. Mis padres eran católicos. Después de haber terminado el colegio, al ir a la universidad, entré en crisis con mi familia y conmigo mismo, sobre todo por el ambiente en la facultad de Bellas Artes de Madrid, que era completamente ateo, marxista. En seguida me di cuenta de que la formación que yo había recibido, tanto en la familia como en el colegio, no me servía de nada para responder a los problemas que tenía de todo tipo (afectivos, psicológicos, de identidad). Me preguntaba: ¿quién soy yo?, ¿por qué existe la injusticia en el mundo?, ¿por qué las guerras?, etc..."
Me fui alejando de la Iglesia hasta dejarla totalmente. Había entrado en una profunda crisis buscando el sentido de mi vida. En Bellas Arte hice teatro. conocí el teatro de Sartre y milité en esta línea un poco atea. Me dediqué a pintar, a hacer exposiciones..."

LA RELIGION COMO BARNIZ

"Bien, Dios permitió que yo hiciese una experiencia de ateísmo, o, si queréis, una kenosis, un profundo descenso al infierno de mi existencia, una existencia sin Dios. Dios ha permitido que yo cortase todos los lazos con la trascendencia. Me escandalizaba profundamente de la indiferencia de mucha gente. Todas las personas de mi alrededor eran personas que iban a misa, pero en definitiva su vida no era profundamente cristiana... Desde mi familia, en la que mi madre iba a misa todos los días, u mi padre era católico. Pero el dios de mi casa era el dinero. La mayoría de las conversaciones en mi casa eran sobre el dinero.

"No estaba Dios en el centro de mi familia ni en el centro de la mentalidad que se tenía en mi casa, y eso era normal. Lo mismo puedo decir de mis tíos, y de todo el ambiente en el que me movía. La religión era un aspecto más, una especie de barniz cultural, que al menos a mí no me convencía. Tal vez porque era pintor, artista, y tenía una profunda sensibilidad y un absoluto deseo de coherencia, de verdad. No aceptaba ser un burgués como mis padres, ni vivir una vida así, como supongo que les habrá sucedido también a tantos jóvenes. Recuerdo que entonces iba a misa el domingo y, con quince años, algunos amigos, estando la iglesia llena, nos quedábamos al fondo -era antes del Concilio- y aguantábamos allí de pie..., íbamos a aquella misa porque no se predicaba, era más breve..., se oía una campanilla y nos poníamos de rodillas, nos levantábamos y esperábamos a que terminase para poder largarnos."

"yo me daba cuenta de que aquella no era una manera de practicar. Aunque parezca extraño, la misa así de mal vivida fue la situación por la que me iba dando cuenta de que tenía que dejarlo, tenía que buscar otros caminos. Una cosa tenía clara: no podía engañarme a mí mismo. No podía ser un cretino, un estúpido: o creía seriamente en Dios o, si no creía, era mejor dejarlo... y así es como lo dejé todo."


EL CIELO CERRADO

"Entonces intenté ser coherente con un tipo de existencialismo: con el absurdo total de la existencia humana. Y comencé a sufrir mucho porque ante mí todo el mundo se convertía en ceniza: se convertía en ceniza mi existencia, se convertía en ceniza todo. No tenía interés por nada, ni siquiera por pintar. Y tuve la fortuna , o si queréis la desgracia, de ganar un Premio Nacional de pintura muy importante en España. Entonces salí en televisión, en los periódicos, me había abierto camino profesionalmente, y esto ya fue la "última gota", porque veía que aquello no daba ningún sentido a mi vida."

"Había muerto interiormente y sabía que mi fin seguramente sería el suicidio, antes o después. Y, de hecho, estaba literalmente sorprendido de que la gente fuese capaz de vivir cuando yo no era capaz de vivir. La gente se ilusionaba por el fútbol, por el cine... A mí no me decían nada. El fútbol no me gustaba, y el cine me parecía estúpido. Vivir cada día significaba todo un sufrimiento. Cada día lo mismo: ¡para qué levantarme?, ¿quién soy yo?, ¿para qué ganar dinero?, ¿para qué casarme? Y así todo ante mí carecía de sentido... Recuerdo que sentía cono si el cielo estuviese hecho de cemento, y yo me encontrase bajo una gran cloaca. Tenía esa imagen... El cielo, totalmente cerrado ante mí..."

¿POR QUÉ VIVES?

"Preguntaba a la gente a mi alrededor: "Perdona un momento, ¿tú sabes por qué vives?", y no sabían ni por qué ni para qué vivían, pero vivían... Tal vez tenía que ser así, simplemente, vivir: uno se levanta, va a clase, come, después se va al cine o llama a un amigo... ¡Benditos los que son capaces de vivir así! Yo no lo era. Me refugiaba, escapaba de mí mismo. Se abría un gran abismo dentro de mí. ¡Abismo que en el fondo era una llamada profunda de Dios, que me estaba llamando desde el fondo de mí mismo!

"Entonces me ayudó mucho -por eso leer es siempre bueno- un filósofo que se llama Bergson. Bergson es el filósofo de la intuición. Dice que la intuición es un método de conocimiento superior a la razón. Dios permitió que ésta fuese para mí la primera chispa que me iluminase un poco, porque me había dado cuenta de que en el fondo yo era un racionalista, que me estaba destruyendo a mí mismo, por que en el fondo de mí algo no podía aceptar el absurdo de todo lo creado. Porque soy un pintor, y entendía la belleza de la naturaleza: el agua, los árboles, los pájaros, las montañas.

"Me di cuenta de que para negar que todo tenía un sentido, para negar que Dios existe, se necesitaba tanta fe como para creer que existía. Y yo había dado el paso de aceptar que Dios no existía. Pero era una acción racionalista que chocaba con algo dentro de mí. Y entonces me dije: "Mira que la razón no lo es todo, que en el hombre también está la intuición". Entonces con la intuición llegaba a reconocer que todo tenía un sentido, que existía Dios, que Él sabía por qué existo yo. Pero no sabía cono encontrarlo."

¿LA BIBLIA, LA FE, PARA QUÉ OS SIRVE?

"Luego leía el Evangelio que dice: no oponer resistencia al malvado..., si alguno te abofetea en la mejilla derecha..., si alguno te roba... Recuerdo que una vez mi padre se enfadó y le dije: "Mira lo que dice aquí. Tú eres católico ¿no?" Y él me dijo que eso eran cosas de los santos, de San Francisco, y no sé de quién... Entonces le contesté: "Este libro, la Biblia, lo puedes tirar por la ventana porque he entendido que no tiene ninguna relación con la realidad. Me niegas que esto se pueda vivir, que las cosas son como son..., que la vida es otra cosa: estudiar, ganar dinero, vencer... Entonces, ¿la Biblia, la fe, para qué os sirve...?"

¡AYÚDAME!

"Entré entonces en mi cuarto, y me puse a gritar a este Dios que no lo conocía. Le gritaba: ¡Ayúdame! ¡No sé quién eres! Y en aquel momento el Señor tuvo piedad de mí, pues tuve una experiencia profunda de encuentro con el Señor que me sobrecogió. Recuerdo que lloraba amargamente, me caían las lágrimas, lágrimas a rios. Sorprendido me preguntaba: ¿por qué lloro? Me sentía como agraciado, cono uno a quien delante de la muerte, cuando le van a disparar, le dijesen: "Quedas libre, gratuitamente quedas libre" y entonces aún no se lo cree y llora por la sorpresa de que le han liberado. Esto fue para mí pasar de la muerte a ver que Cristo estaba dentro de mí y que alguien dentro de mí me ha dicho que Dios existe."

¿Qué era lo que me había pasado? Fue un toque, un testimonio profundo que me decía no solo que Dios existe, sino que Cristo es Dios.

"De hecho me presenté a un sacerdote y le dije que quería hacerme cristiano, y él me dijo: "¿como?, ¿es que no estás bautizado?" "Sí estoy bautizado", le contesté. "Entonces, ¿qué quieres?, ¿hiciste la primera comunión?". "¡Si!, pero mira que yo..." "Ah, que quieres confesarte!..." No me entendía. Pero yo sabía que lo que quería era hacerme cristiano, y para eso, ¿ir a confesarme un día y ya está? Yo sabía que hacerse cristiano tenía que ser algo muy serio. Así es como por fin hice Cursillos de Cristiandad, una iniciativa que surgió en España por aquellos años. Y me ayudó. Comencé una verdadera búsqueda del Señor. Iba a la iglesia y decía a los demás: "Ayudadme a hacerme cristiano!".

DEL ARTE A LOS POBRES

"Después , mi pintura cambió. Comencé a pintar arte religioso. Algunos conocéis mis iconos. Al poco tiempo fundamos un grupo de artistas, un movimiento de renovación del arte sagrado para hacer las iglesias más hermosas. Arquitectos, escultores y pintores nos pusimos a reconstruir la Iglesia, un poco como empezó San Francisco. Pero en un cierto momento me di cuenta de que no servía nada reconstruir la iglesia exteriormente cuando tanta gente cono yo me había encontrado, en una terrible situación".

"El Señor me permitió encontrar a una persona que sufría. Entonces lo dejé todo y a todos. También mi prometedora carrera de pintor. Me fui a vivir a las chabolas. En Charles de Foucauld encontré la fórmula para vivir: una imagen de San Francisco, una Biblia -que sigo llevando conmigo porque la leo todos los días- y una guitarra. Entre las chabolas hechas con cartones, muy parecidas a las del Brasil, encontré una barraca que servía para los perros vagabundos y me metí allí. Hacía un frío terrible y venían todos los perros vagabundos a darme calor. Era algo gracioso estar allí con los perros, que de repente se encontraron con un nuevo huésped en su perrera que era yo."
¿Pero qué hacía allí y en esas condiciones? Dios me quería en las chabolas para empezar un camino de conversión para muchísima gente.

Allí en la chabolas ocurrió un milagro. Mis vecinos, la mayoría gitanos, me preguntaban quién era yo. Tenía barba, hablaba de forma distinta a la de ellos, pero hacía la misma vida: pedía limosna, trabajaba ocasionalmente como obrero... Entonces ellos me preguntaban, pero yo no quería hablarles. De Foucauld había aprendido la imagen de la vida oculta de Cristo: estar silenciosamente a los pies del Cristo-desecho de la humanidad, destruido. Ser el último es estar ahí, a sus pies. Pero el Señor empezó a llevarme, en primer lugar, a dos chicos perseguidos por la policía por vender droga, y después a un indigente borracho. Al poco tiempo éramos un grupo de diecisiete personas en mi chabola de tres metros cuadrados. Lleno total. Allí me encontré con la sorpresa de que tenía que hablarles, darles una razón de mi fe. Tomaba la guitarra, cantábamos, abría la Escritura y decía: "¡Señor, ayúdame. Yo no sé predicar, no sé hablar!", del profeta Ezequiel. He visto que el Señor me daba un significado a la Palabra para poder amarles a ellos, por amor a estos pobres que traían las manos llenas de pecados. Uno había estado siete veces en la cárcel, otra era un vieja fea y prostituta. había ladrones, vagabundos que recogían cartones por la calle y los vendían, gitanos que andaban vagabundos. Tuve muchos problemas y conflictos. Intentaron matarme dos veces... Una historia que es mejor no contar."

LA LEY DEL TALIÓN

"Un día el jefe de un clan de gitanos, que estaba en lucha con otro clan, y que venía mucho a verme para pedirme la guitarra, me preguntó qué decía la Biblia sobre los enemigos. Me contó que, tras un enfrentamiento entre los dos clanes, él había golpeado a la madre del jefe de otro en la cabeza, y que le tuvieron que dar quince puntos. Como entre ellos rige la "ley del Talión", pasados dos años había llegado el otro con deseos de venganza. Como en ese período la relación entre los dos clanes estaba en calma, decidieron ambos jefes encontrarse solos, y pelearse a bastonazos, hasta hacerse sangrar. Mi joven amigo estaba muy preocupado. Yo abrí la Escritura y le leí el Sermón de la Montaña, donde se invita a no poner resistencia al mal. "¿Entonces, debo dejar que me mate a bastonazos?" Le di el otro único libro que yo llevaba conmigo: "Las Florecillas de San Francisco". Lo leía y venía todas las tardes a comentármelo. hemos rezado juntos para buscar una salida, para que pudiese salvar la vida sin necesidad de matar al otro. La única solución era ir sin el bastón en son de paz. El día de la lucha se presentaron antes a mí con el bastón. Al final lo convencí y fue sin él. Yo me puse de rodillas a rezar el rosario para que la Virgen María salvase la vida de aquel chico. El tiempo pasaba. Las dos, las tres de la madrugada. Pensé que habría muerto, cuando le vi llegar. Al verlo sin el bastón, su adversario decidió resolver la disputa económicamente. Me amigo de´ió pagarle "un tanto". Se llama José Agudo. Ahora está en el Camino, y tiene trece hijos".

¡RESUCITÓ!

"Un día José me llevó a hablar a su ´tribu´. Fue en una cueva enorme llena de gitanos. me dijo: "Háblales", y no sabía que decir. Así que empecé por el principio, y me puse a hablarles de Adán y Eva, cuando de repente la madre de José Agudo se levantó: "Yo se que en el cielo hay una mano potente, que es Dios. ¿Pero lo de la otra vida, lo del infierno, todas esas cosas de los curas? ¡Yo lo único que sé es que mi padre murió y no ha vuelto a casa! ¡Cuando yo vea a un muerto volver del cementerio creeré!". Se levantaron todos y se fueron. y yo me quedé allí, bloqueado, atontado, sin saber que hacer. Aquella mujer, sin embargo, sin quererlo, me había dado la clave, porque me había dicho que estaba dispuesta a escucharme cuando yo hubiese encontrado un hombre que hubiese salido del cementerio. Y efectivamente, buscando en la predicación primitiva y en los Hechos de los Apóstoles, se encuentra el testimonio de un pagano de nombre Festo, que le dice a Agripa que había un prisionero -que era San Pablo- que decía cosas muy interesantes. Festo hablaba a menudo con Pablo, pero la única cosa que habían entendido, y se lo decía a Agripa, era esto: "Hay un prisionero que habla de un muerto, que él dice que ha muerto, pero que vive, que ha vuelto de la muerte, ¡que ha vencido a la muerte!" De toda la predicación de San Pablo, Festo recordaba sólo esto. Os cuento esto para deciros en dos pinceladas cómo el Señor me ha hecho ir entrando en este kerigma, en este modo de anunciar la salvación, de dar en el núcleo central."

"Cada vez que me he sentido desalentado, he sentido una voz dentro de mí que me decía. "¡Coraje, Kiko, ánimo, que te quiero!" "¿De verdad que me quieres?" "En serio, ¡te quiero mucho, muchísimo!" Cristo me ha prometido: "Kiko, ¡tú no morirás!" ¡Un bautizado que viva coherentemente la fe ya ha resucitado con Cristo en el bautismo y forma parte del cuerpo de Cristo resucitado! Aquella gitana que me decía: "¿Cuándo has visto tú un hombre venir del cementerio?" Yo ahora le puedo contestar: "Yo he visto a este hombre que ha salido de la tumba y ha venido a decirme: ¡La paz esté con vosotros, yo he vencido al mundo!" Por eso os invito a terminar con un canto. Cantemos un canto de la victoria de Cristo sobre la muerte, cantemos juntos ese canto que hice en las chabolas, que se llama ¡Resucitó!"

jueves, 15 de noviembre de 2007

En el Monte Yaveh Provee-Transmitir la fe a los Hijos





Pincha aqui y veras un precioso video en el que el iniciador del Camino Neocatecumenal nos explica e introduce en la celebracion domestica en la que se reune toda la familia.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Dedicacion de la Archibasilica Papal de Cristo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Evangelista.


Una de las cuatro Basílicas mayores de Roma.
San Juan de Letrán fue la Iglesia principal y residencia de los Papas desde el emperador Constantino (s.III) hasta la construcción de San Pedro.

San Juan de Letrán es la Arch-basílica del patriarca de Occidente, el Papa.

Historia
La historia de la Basílica es compleja, puesto que esta construcción, con el paso de los siglos, ha sufrido terremotos, incendios y reconstrucciones. Debe su fundación a la voluntad del papa Melquiades o Milcíades (311-314) y surgió sobre los restos del antiguo cuartel de los "Equites Singulares", en un terreno propiedad de la familia de los Palacios Lacerados, regalada al Papa por el Emperador Constantino para que levantase en ella la Catedral de Roma. La Basílica fue terminada en el tiempo del papa Silvestre I y consagrada por él en 324. Fue originalmente dedicada al Salvador y más tarde conocida como la Basílica de los Juanes. En 846 fue destruida por un terremoto y tuvo que ser reconstruida por el papa Sergio III, quien la dedicó a San Juan Bautista, por ser este quien con su persona y su palabra pone en contacto el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el siglo XII el papa Lucio II también dedicó la basílica a San Juan, porque con su evangelio da testimonio de la vida y la Palabra del Señor.

Cinco concilios ecuménicos tuvieron lugar en esta Basílica, los de los años: 1123, 1139, 1179, 1215 y 1512. También fue la residencia permanente de los papas desde el tiempo de Constantino hasta el año 1304, cuando el papa se fue de Roma huyendo del caos en que se encontraba la ciudad y los estados papales. Cuando el papado regresó a Roma en 1376, el Vaticano fue escogido como la residencia permanente del pontífice.

Enormes estatuas de cada apóstol a cada lado de la nave central.

Reliquias
Cabezas de San Pedro y San Pablo están juntas sobre el altar papal cubiertas de plata. Según la ley romana la cabeza de los ejecutados se podía entregar a sus familiares o amigos; Reliquia de madera del altar usado por Pedro en casa de Pudens en Roma.

DESCRIPCION DE LA BASILICA

El Exterior
Sobre la fachada de la Basílica encontramos 15 estatuas de 7 metros de altura. La central representa a Cristo, teniendo a los lados a San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Las demás representan a los Doctores de las Iglesias griega y latina, aquellos que nos han explicado, profundizado y hecho amar la Palabra de Dios. La Basílica de San Juan de Letrán es el símbolo de la misma Iglesia, la cual no propone sus propias palabras, antes bien continúa proponiendo la Palabra de Dios en el tiempo y en la historia, a través de la voz de los ministros y los fieles.

El interior
De la antigua Basílica construida por el emperador Constantino en el siglo IV muy poco ha quedado visible. A quien entra hoy en San Juan, la Basílica se le aparece en sus cinco naves con un amplio crucero y un enorme ábside, restaurado en el XIX, en tiempos de León XIII. La decoración y la arquitectura del interior pertenecen a la intervención llevada a cabo en el XVI por Borromini. Hoy la iglesia es prácticamente la que él imaginó y embelleció. La nave central, desde la puerta hasta el trono, en el fondo del ábside, mide 130 metros de largo y causa impresión, por los nichos con las estatuas de los Apóstoles, por el hermoso baldaquino de estilo gótico puesto más arriba del altar y por el ábside con los mosaicos completamente reconstruidos en el año 1884. Sobre los nichos de los Apóstoles se encuentran representadas algunas escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Más en alto, entre las ventanas, dentro de marcos ovalados de estuco, en forma de guirnaldas, han sido pintados algunos Profetas. Ya en los mosaicos de las Iglesias paleocristianas, los Apóstoles y los Profetas eran presentados en relación unos con otros. En efecto, ellos representan la continuación de la historia de la Salvación y son, expresándonos con lenguaje figurado, "la voz de Dios" que está presente en la historia de los hombres en el Antiguo y Nuevo Testamento. Las significativas escenas bíblicas que se encuentran colocadas en el centro, más que un enlace entre cada uno de los Profetas y los Apóstoles, resaltan que aquellas "palabras", pronunciadas en nombre de Dios, se han concretado en los "acontecimientos" de la historia de la Salvación.

El baldaquino y el altar
La parte más interesante del crucero es el hermoso baldaquino realizado por Giovanni di Stefano en la segunda mitad del siglo XIV. Debajo del baldaquino, en el interior del altar papal, se conservan las reliquias de lo que, según la tradición, es el antiguo altar de madera sobre el cual en las edades paleocristiana y medieval habrían celebrado los Papas. Este altar hace percibir la íntima unidad entre la Basílica de San Juan de Letrán -primera sede de los pontífices, donde en torno al Papa, en el signo de la Eucaristía se subraya la unidad de la Iglesia- y la Basílica de San Pedro, en donde se conserva la cátedra del primer pontífice, símbolo del papel del magisterio del papado en la Iglesia. La importancia de la Eucaristía es puesta en evidencia por el altar del Santísimo Sacramento, que se encuentra al extremo del brazo izquierdo del crucero. Fue construido por el papa Clemente VIII en ocasión del Jubileo del año 1600, utilizando cuatro columnas colosales de bronce dorado que miden siete metros de alto. Las columnas se remontan a la época romana y son los únicos restos todavía visibles de la Basílica de Constantino. Debajo del baldaquino se encuentra una mesa que (según una bella leyenda) habría servido para la celebración de la Ultima Cena del Señor. La posición del altar fue elegida especialmente con el objetivo de otorgarle el máximo realce: se encuentra de frente a la entrada lateral de la Basílica, desde siempre la más utilizada, porque se dirige hacia el centro de la ciudad y acoge a los peregrinos que vienen de Santa María la Mayor.

El ábside
El mosaico del ábside es copia del medieval, y con el simbolismo del agua hace referencia al sacramento del Bautismo, que recrea y renueva todas las cosas.
El presbiterio y el ábside de San Juan de Letrán, en su aspecto actual son el resultado de la completa reconstrucción, realizada en el siglo pasado, bajo el pontificado de León XIII. Se trata por lo tanto de una copia moderna del mosaico medieval. El papa Nicolás IV, que encargó el mosaico del siglo XIII, era franciscano y esto se comprende observando las dos figuras pequeñas, que se encuentran a los lados de María y de Juan Bautista, y que son San Francisco y San Antonio de Padua. El mismo Papa es representado a los pies de la Virgen, arrodillado en actitud de oración y con las manos elevadas en actitud de ofrenda. En el centro del ábside, en lo alto, se aprecia el rostro del Salvador, circundado de Ángeles, y debajo se encuentra la cruz enjoyada, símbolo de la muerte y resurrección de Cristo, rodeada de agua, que sale del pico de la Paloma, símbolo del Espíritu Santo. Ese agua, en la que abrevan los ciervos y las ovejas, partiendo de la Cruz, se expande a través de cuatro manantiales y renueva toda la creación representada por las plantas, los animales y los hombres, que han sido representados ocupados en las actividades cotidianas, simbolizadas por una ciudad ideal, Jerusalén, que ha sido reproducida a los pies de la cruz. La lectura simbólica del mosaico no es difícil: el Bautismo al que alude el agua, produce para el mundo y para los hombres una nueva creación. Y así como el agua da origen a la vida, el bautismo introduce a los cristianos en la nueva vida que Cristo ha obtenido con su muerte y resurrección.

El fresco del papa Bonifacio
Borromini ha incluido en el monumento erigido al Papa Bonifacio VIII un fresco. El atrio antiguo de las bendiciones, que se ha destruido, conservaba este fragmento, originariamente mucho mayor y compuesto probablemente de otras dos escenas: el bautismo del emperador Constantino y la construcción de la antigua Basílica de San Juan de Letrán. Es fácil afirmar que el personaje pintado en este retrato atribuido a Giotto, sea Bonifacio VIII, el Papa del Primer Jubileo de la historia cristiana. Su nombre aparece sobre el volumen que sostiene el personaje que se encuentra a la izquierda del Pontífice. En cambio, respecto al hecho histórico con el que se relaciona el fresco, existen diversas hipótesis. Algunos sostienen que la imagen esté asociada a la solemne convocatoria del Primer Jubileo; otros, actualmente, creen que sea la representación de la toma de posesión por parte del Papa de la Basílica de San Juan de Letrán (1295). La pintura, más allá de hipótesis históricas, es un documento importante para asociar la Basílica de San Juan a la celebración de los Jubileos. Bonifacio VIII, en efecto, celebró el Primer Jubileo de la historia proclamándolo precisamente en San Juan de Letrán el 22 de febrero del año 1300.

El baptisterio
Al inicio del siglo IV, sólo las catedrales tenían baptisterio. El Bautismo era administrado en ellas. En las diócesis lo administraban los obispos y en Roma el Papa. Más tarde, otras Basílicas también tuvieron un baptisterio y al fin, en los siglos VII-VIII, cuando surgieron las parroquias en las zonas rurales y en las ciudades, éstas también tuvieron una fuente bautismal. La catedral de la Diócesis de Roma era San Juan de Letrán y por este motivo, su baptisterio era el primero y el más antiguo de Roma y de todo el Occidente. La unidad de la catedral y del baptisterio tenía un significado preciso directamente relacionado al concepto mismo de la Iglesia: pueblo de Dios reunido alrededor del obispo, que es el representante del único Salvador, Jesucristo. El baptisterio fue construido por orden de Constantino, en el siglo IV, y con este motivo se transformó la estructura de las termas de una casa romana. Sixto III (432-449) lo reconstruyó completamente y le agregó un atrio. La última restauración es del siglo XVII y fue efectuada por Borromini. El interior tiene forma octagonal; al centro hay ocho columnas de pórfido colocadas en círculo, con capiteles jónicos, corintios y compuestos que sostienen un arquitrabe, sobre el cual se apoyan otras columnas de mármol más pequeñas. Al centro del baptisterio se encuentra una pila de basalto verde, cubierta con un remate de bronce del siglo XVII. Muy interesante es la bóveda de la Capilla, dedicada a San Juan Evangelista. En el centro, en un mosaico del siglo V, es reproducido el cordero en pie, símbolo del Resucitado.

El obelisco
Saliendo del baptisterio de la Basílica de San Juan de Letrán, la mirada se dirige inevitablemente hacia el gran obelisco, que con sus 522 toneladas de peso, es el más imponente de los obeliscos de Roma y se encuentra entre los más colosales extraídos de las minas de granito del Egipto meridional. Fue traído en tiempos del emperador Constantino (siglo IV) y fue erigido por su hijo Constante II sobre la espina del Circo Máximo alrededor del año 357. Fue consagrado como símbolo del triunfo de la cristiandad sobre los antiguos cultos, como recitaba un antiguo poema esculpido en su base, hoy perdido, pero del que se ha conservado una transcripción. El papa Sixto V, en el año 1588, lo hizo erigir cerca de su catedral y estableció un plano urbano genial, en el cual las grandes avenidas enlazaban las Basílicas principales junto a las cuales había colocado los antiguos obeliscos y sobre esos había colocado la Cruz. Así, los monumentos erigidos a las divinidades egipcias fueron consagrados al culto del Dios verdadero, del cual el Papa es el representante sobre la tierra. La inscripción en la base del obelisco trae a la memoria la leyenda, según la cual, el emperador Constantino habría sido bautizado en la Basílica de San Juan de Letrán. El obelisco egipcio, la presencia del gran emperador convertido a la cristiandad y la cruz puesta como corona deberían dar testimonio de que aquí la antigua historia encontraba su plena actualización y que toda la historia humana se realiza plena y totalmente en Cristo, muerto y resucitado.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Oracion de San Policarpo


"¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia!

¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo!

¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable!

¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!"

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El Sacerdocio-Jesus de la Heras


(En la Hoja o publicación semanal "EL ECO" de mi diócesis de Sigüenza-Guadalajara, escribí, con fecha 28 de noviembre de 1982, el siguiente artículo sobre mi ordenación sacerdotal de hace ahora 25 años y que reproduzco tal cual lo escribí entonces. Un cuarto de siglo después sigo dando gracias por el inmenso e inmerecido don de la ordenación sacerdotal. El Señor que empezó en mi la buena obra, El mismo lo lleva a término.)

Que el Señor ha estado grande, muy grande con nosotros, y estamos alegres, muy alegres, serena y profundamente alegres, no cabe duda alguna. Los que sembrábamos con lágrimas -las lágrimas en forma de rutina, desánimo, de crítica, de cruz-, cosechamos entre cantares. Y al volver, hemos vuelto, cantando, trayendo las gavillas, las primeras gavillas de la nuestra primera gran cosecha: el sacerdocio de Cristo para siempre.

Queridos lectores: ¡con qué alegría me presento hoy ante vosotros como sacerdote de Jesucristo y de su Iglesia y servidor de todos! Desde el pasado 8 de noviembre soy sacerdote para siempre. ¡Demos gracias a Dios!

De ahí, por tanto, que no sepa cómo articular esta crónica de hoy de mi sacerdocio recién abierto. Os podría decir tantas cosas...Y os hablaría de que el Espíritu del Señor, que me infundió el carácter y la gracia sacramental de manos de Juan Pablo II, en aquella hermosa mañana valenciana, fue para mí como la llega de un viejo y querido amigo, que, por fin, sin prisas pero sin pausas, venía para quedarse definitivamente y para siempre conmigo. Era un momento y una realidad tan larga, serena y gozosamente esperada que la recibí con la mayor de las naturalidades; era como la conclusión lógica de un silogismo, como el resultado de una operación matemática que estaba seguro iba a acertar.

- "Un nuevo ser está naciendo en mi..., sacerdote para siempre, sacerdote para siempre... Vas a ser prolongación y testigo de Jesucristo... Una nueva vida de consagración y de servicio para ser este nuevo, identificado ontológica y sacramentalmente con Cristo...".

- "Ven, Espíritu, ven y quédate para siempre...".

- "Gracias, Señor, de corazón. Delante de los ángeles y de los hombres cantaré para ti... Gracias, Señor, por fin llegas. Quédate. Te necesito".

Era mi monólogo de esta venturosa mañana, de aquella mañana sagrada en Valencia el pasado 8 de noviembre.

Y es que, sí, en Valencia, el 8 de noviembre pasado, ante tantos miles y miles de personas, con las cámaras de Eurovisión, y ante el Papa Juan Pablo II, a media mañana -para mí, de 12,27 a 12,39 horas- el Espíritu del Señor estuvo alumbrando en mi un nuevo ser más divino que humano, prolongación del mismo Cristo Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, que me hacía, a mis 23 años largos, con mis pocas luces y mis muchas sombras, sacerdote para la eternidad. Dios abría conmigo en Valencia una cuenta hasta la eternidad y me constituía mediador entre El y los hombres. ¡Qué grande es el sacerdocio y qué indigno somos los hombres para acceder a él!
Y luego Juan Pablo II, ¡qué persona tan impresionante! Su rostro es frágil y trasluce la presencia de la verdadera santidad. Su mirada es intensa, penetrante y profunda. Su voz, clara y vigorosa, sus palabras sinceras y aleccionadoras. "Debéis ser SACERDOTE DE CUERPO ENTERO, SACERDOTES DE CUERPO ENTERO". Dicen que su homilía duró cerca de 40 minutos y que fue interrumpida, con aplausos y vítores, en 34 ocasiones. En ella nos habló de corazón a corazón acerca de lo que es el sacerdote y nos recordó, como el padre hace con el hijo, la grandeza, las obligaciones y los compromisos que se deben cumplir. "Sacerdotes de cuerpo entero". A nosotros, los 141 jóvenes diáconos que íbamos a ser ordenados sacerdotes inmediatamente, esta frase y la homilía entera nos parecía el lema y la meta de un sacerdocio que estaba a punto de abrirse, que iba ya a nacer... "Sacerdotes de cuerpo entero". Amén.

El rito de la ordenación sacerdotal me lo sabía de memoria. Desde la presentación de los candidatos y las consideraciones acerca de su dignidad hasta llegar al abrazo de la paz. Me lo sabía, sí, casi de memoria, momento a momento, pregunta a pregunta, respuesta a respuesta, rito a rito. ¡Tantas veces lo hacía rezado los meses previos a la ordenación! Y lo hoy lo iba a vivir. Dos momentos me causaban mayor intensidad y emoción: la letanía de los santos, en que postrados al suelo imploramos la protección divina, y la imposición de manos con la consiguiente oración consacratoria. Una vez realizados ambos momentos, el diácono ya es presbítero y se ha colocar la estola, hasta entonces cruzada, en la posición presbiteral para a continuación vestir la casulla.

Y así nuestra primera misa iba a comenzar. Nuestra consagración, identificación y misión a lo Cristo se inauguraba: un nuevo hombre para una nueva vida.

Tras estos ritos sacros, venía la unción de las manos con el óleo santo: estas pobres y pecadores manos nuestras son desde entonces manos de Cristo, manos de su perdón, de su acogida, de su amor, de su gracia. La entrega de la patena con el pan y del cáliz con el vino para celebrar la Eucaristía -centro y fuerza de nuestra vida- y las palabras impresionantes de la llamada entrega de instrumentos, quebraba el alma y el corazón: "Recibe la ofrenda del Pueblo fiel para presentarla ante Dios. Considera lo que realizas, imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo". ¡Qué frase, qué verdad, qué descripción del sacerdocio!

Y, sí, ya, por fin, el abrazo de la paz, que era otro momento de encuentro con el Santo Padre:

- "Pax tecum".

- "Pax tecum. Gracias, Santo Padre".

Y ya nuestra primera Misa iba a comenzar. Por primera vez, yo iba a aplicar y a perpetuar el sacrificio de la Redención y atraer sus gracias y bendiciones infinitas. Por primera vez, ya sacerdote para siempre, iba a actuar "in persona Christi". Por primera vez, el cielo estaría más cerca de la tierra a través de mis gestos y mi plegaria sacramentales. Por primera vez, era prolongación de único Mediador y Sacerdote...

Y el corazón y la mente se sintieron gozosa, sentida y serenamente estremecer y solo saber balbucear "gracias, Señor". "Tu mano proteja a tu elegido, al hombre que tu fortaleciste". "El Señor que comenzó en mi la buena obra, El mismo la lleve a término".

martes, 30 de octubre de 2007

Album de la 1ª visita de Juan Pablo II a España


Pincha aqui y veras el album de la 1ª Visita de Juan Pablo II hace 25 años.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Como realizar una buena confesion


Pésame Dios mío el haberte ofendido, sobre todo porque te ofendí a ti, que tanto me amas.
Propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, no volver a pecar y apartarme de las ocasiones próximas de pecado, amén...

Cómo realizar una buena Confesión

La Iglesia nos propone cinco pasos a seguir para hacer una buena confesión y aprovechar así al máximo las gracias de este maravilloso sacramento.

Estos pasos expresan simplemente un camino hacia la conversión, que va desde el análisis de nuestros actos, hasta la acción que demuestra el cambio que se ha realizado en nosotros.

1. Examen de Conciencia
Ponernos ante Dios que nos ama y quiere ayudarnos. Analizar nuestra vida y abrir nuestro corazón sin engaños.
2. Arrepentimiento
Sentir un dolor verdadero por haber pecado ya que hemos lastimado al quien más nos quiere: Dios.
3. Propósito de no volver a pecar
Si verdaderamente amo, no puedo seguir lastimando al amado. De nada sirve confesarnos si no queremos mejorar. Podemos caer de nuevo por debilidad, pero lo importante es la lucha, no la caída.
4. Decir los pecados al confesor
El sacerdote es un instrumento de Dios. Hagamos a un lado la "vergüenza" o el "orgullo" y abramos nuestra alma seguros de que es Dios quien nos escucha.
5. Recibir la absolución y cumplir la penitencia
Es el momento más hermoso, pues recibimos el perdón de Dios. La penitencia es un acto sencillo que representa nuestra reparación por las faltas que cometimos.



Breve cuestionario para el examen de conciencia


Con el objetivo de analizar profundamente los actos que hemos hecho desde la última confesión, algunas veces puede resultar útil ayudarse de un cuestionario que nos ayude a llegar a esos rincones íntimos de la conciencia que nos pueden pasar desapercibidos.





Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia Dios:


¿Creo verdaderamente en Dios o confío más en brujerías, amuletos, supersticiones, horóscopos o "energías"?
¿Amo a Dios sobre todas las cosas o amo más a las cosas materiales?
¿Voy a Misa los domingos y trato de descansar ese día para dedicarlo a Dios?
¿Me confieso y comulgo frecuentemente?
¿Hago oración, entendida como un diálogo íntimo con Dios?
¿He usado el nombre de Dios sin respeto? ¿Pido ayuda a la Virgen y al Espíritu Santo?
¿Defiendo a la Iglesia y a sus representantes?



Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia los demás:


¿Trato bien a mi familia?
¿Busco hacerlos felices o que se haga lo que yo digo?
¿Los respeto o los maltrato?
¿Trato bien a los demás?
¿Soy justo con todos?
¿Ayudo a los necesitados?
¿He matado, robado o mentido?
¿He hecho daño a alguien?
¿Acostumbro hablar mal o pensar mal de los demás?



Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia mí mismo:


¿Lucho por ser mejor cada día?
¿He controlado mi carácter?
¿He respetado mi cuerpo y el de los demás?
¿He alejado de mi mente los malos pensamientos?
¿He sido fiel en mi matrimonio?
¿He sido leal a mis amistades?
¿Siento envidia de los demás, por lo que son o lo que tienen?

miércoles, 17 de octubre de 2007

El Papa anuncia nuevo consistorio para la creacion de Cardenales.


Listado completo de los nuevos cardenales nombrados por Benedicto XVI


1. Mons. Leonardo Sandri, Prefetto della Congregazione per le Chiese Orientali;

2. Mons. John Patrick Foley, Pro-Gran Maestro dell’Ordine Equestre del Santo Sepolcro di Gerusalemme;

3. Mons. Giovanni Lajolo, Presidente della Pontificia Commissione e del Governatorato dello Stato della Città del Vaticano;

4. Mons. Paul Joseph Cordes, Presidente del Pontificio Consiglio “Cor Unum”;

5. Mons. Angelo Comastri, Arciprete della Basilica Vaticana, Vicario Generale per lo S.C.V. e Presidente della Fabbrica di San Pietro;

6. Mons. Stanislaw Rylko, Presidente del Pontificio Consiglio per i Laici;

7. Mons. Raffaele Farina, Archivista e Bibliotecario di S.R.C.;

8. Mons. Agustín García-Gasco Vicente, Arcivescovo di Valencia (Spagna);

9. Mons. Seán Baptist Brady, Arcivescovo di Armagh (Irlanda);

10. Mons. Lluís Martínez Sistach, Arcivescovo di Barcellona (Spagna);

11. Mons. André Vingt-Trois, Arcivescovo di Parigi (Francia);

12. Mons. Angelo Bagnasco, Arcivescovo di Genova (Italia);

13. Mons. Théodore-Adrien Sarr, Arcivescovo di Dakar (Senegal);

14. Mons. Oswald Gracias, Arcivescovo di Bombay (India);

15. Mons. Francisco Robles Ortega, Arcivescovo di Monterrey (Messico);

16. Mons. Daniel N. DiNardo, Arcivescovo di Galveston-Houston (Stati Uniti d’America);

17. Mons. Odilio Pedro Scherer, Arcivescovo di São Paulo (Brasile);

18. Mons. John Njue, Arcivescovo di Nairobi (Kenya).

Desidero inoltre elevare alla dignità cardinalizia tre venerati Presuli e due benemeriti
ecclesiastici, particolarmente meritevoli per il loro impegno al servizio della Chiesa:

1. S.B. Emmanuel III Delly, Patriarca di Babilonia dei Caldei;

2. Mons. Giovanni Coppa, Nunzio Apostolico;

3. Mons. Estanislao Esteban Karlic, Arcivescovo emerito di Paraná (Argentina);

4. P. Urbano Navarrete, S.I., già Rettore della Pontificia Università Gregoriana;

5. P. Umberto Betti, O.F.M., già Rettore della Pontificia Università Lateranense.