sábado, 27 de diciembre de 2008

Por la familia Cristiana




POR LA FAMILIA CRISTIANA

SOLEMNE EUCARISTIA EN MADRID

PLAZA DE COLON 12 DEL MEDIODIA

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Feliz Navidad


Kalenda de Navidad

Habían pasado millones de años desde que Dios quiso crear de la nada el cielo y la tierra.

Después incluso de muchos siglos, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, sopló sobre él el espíritu de la vida, y después de la desobediencia y del pecado prometió la venida de un Salvador.

Dos mil años después de que nuestro padre Abraham salió de su país de Hur de Caldea, para llegar a la tierra prometida como primicia del pueblo elegido.

Quince siglos después de la liberación del pueblo de Israel, cuando Dios lo hizo salir de Egipto, atravesando admirablemente el Mar Rojo y a lo largo del desierto lo condujo a la Tierra Prometida.

Mil años después de la unción real de David, el pastor humilde, elegido por Dios e indicado por el profeta Samuel para ser Rey del pueblo de la Promesa y antepasado del Mesías y Pastor de Israel.

Después de años de larga espera y destierro, cuando Dios mandaba profetas a su pueblo para mantener despierta la esperanza en las promesas de un Mesías que debía liberar a Israel del yugo de sus opresores.

En la ciento noventa y cuatro Olimpiada de Grecia, en el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de Roma, el año cuarenta y dos del reinado del emperador Octavio Cesar Augusto, cuando una inmensa paz reinaba sobre toda la tierra:

JESUCRISTO, El DIOS ETERNO, E HIJO DEL ETERNO PADRE, QUISO CONSAGRAR EL MUNDO CON SU MISERICORDIOSA VENIDA.

ANUNCIADO POR GABRIEL EL ARCANGEL, CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPIRITU SANTO, NACIÓ EN BELEN DE JUDA, HECHO HOMBRE DE LA VIRGEN MARIA.

ESTA ES LA NAVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN LA CARNE. VENID, ADOREMOS AL SALVADOR. EL ES EL ENMANUEL, EL DIOS CON NOSOTROS

martes, 9 de diciembre de 2008

Nuestra MADRE, Inmaculada...



En una pequeña gruta en el pueblito de Lourdes, en Francia, la Virgen se le apareció a una niña diciéndole: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Era el año 1858…
Pero… ¿Qué significa la Inmaculada Concepción? Esta expresión alude a que la Virgen María fue preservada del pecado desde el primer instante de su existencia humana. Dios, por la Inmaculada Concepción de María, preparó para su Hijo una morada digna de él.
La devoción popular por los fieles a su fiesta data del siglo VII en Oriente; en Irlanda desde el siglo IX y, en Inglaterra y en España, desde el siglo XI. El convencimiento de la verdad que encierra se remonta a los orígenes mismos del cristianismo, que considera a la Virgen como la "toda Santa".
El Papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad el 8 de diciembre de 1854. Instauró la fecha para la celebración de la fiesta de forma conjunta para toda la Iglesia. Se instituyó a través del dogma de la Inmaculada Concepción que dice que María "por un privilegio único, fue preservada de la mancha (el pecado) original desde el primer instante de su concepción". Esta fiesta nos hace meditar sobre la inefable belleza del alma de María y, también, sobre la belleza de toda alma santificada por la gracia redentora de Cristo. Durante esta jornada los católicos acostumbran a asistir al oficio de la misa, como un domingo.

La Madre del salvador es también nuestra Madre porque su Hijo así lo quiso: "Ahí tienes a tu Madre". María no puede estar lejos de la mente y del corazón del cristiano, especialmente durante el tiempo de Adviento. La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo es un estímulo para nuestra "espera confiada". ¿Quién mejor que ella, que lo llevó en su seno, pudo esperar su venida? Ella, la Madre concebida sin pecado, nos invita a arrepentirnos, a desechar el mal y a hacer el bien para preparar el camino al Emmanuel. María tiene una misión importante en la Iglesia porque es Madre y modelo de la Iglesia. Nuestra devoción a María debe llevarnos a su Hijo Jesucristo: "Haced lo que El os diga". Todo lo que tiene, todo lo que es María le viene de Cristo. María es la primera cristiana, toda cristiana, hecha enteramente para Cristo. Por eso es la mujer del futuro, la humanidad del futuro, la nueva humanidad que siempre hemos soñado y que Dios mismo soñó. Pero esto sólo será posible si vivimos cerca de Dios, confiados y seducidos por su Amor, como María. Entonces reinará en todo el mundo otra vez la armonía y la paz.

lunes, 1 de diciembre de 2008

ANUNCIO DE ADVIENTO


Queridos hermanos, la paz sea con todos vosotros. Empieza para nosotros un tiempo MAGNÍFICO; un tiempo de espera (esperanza) y alegría, un tiempo de paciencia y de amor, en el que hemos de reflexionar sobre nosotros, sobre qué hemos dejado pasar a nuestro corazón en todo este año desde nuestra última Pascua.
Miremos dentro de nosotros y reconozcamos quiénes somos en Realidad, sin falsedades ni envestiduras..., esto hará exaltad "ferozmente al dragón" por lo que <>; revistámonos con la fuerza de la ORACIÓN, la templanza del AYUNO, y la defensa de la LIMOSNA...
Os deseo a cada uno que viváis SERIAMENTE este ADVIENTO, mirad al que ha de ser nuestro ÚNICO espejo: CRISTO..
LA PAZ.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

ORACIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS


Recordemos que sí es posible ser verdaderos hombres; hombres de Paz: él pudo y lo dejó todo por Él, por DIOS:

Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga amor;
donde hay ofensa, perdón;
donde hay duda, fe;
donde hay desesperanza, esperanza;
donde hay tinieblas, luz;
donde hay tristeza, alegría.


Oh Divino Maestro,
que no busque yo tanto.
Ser consolado como consolar.
Ser comprendido como comprender.
Ser amado como amar.
porque dando se recibe.
Perdonando se es perdonado.
Y muriendo a si mismo
se nace a la vida eterna.
San Francisco de Asís

domingo, 9 de noviembre de 2008

EL SANTO ROSARIO


El Santo Rosario es un sacramental que nos ayuda en la oración, es arma poderosa entregada por la Virgen María, es recomendado por los Papas y rezado por innumerables santos.
"Recitar el santo rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo"


Las promesas de la Virgen a los que recen el rosario

Un creciente número de hombres se unió a la obra apostólica de Domingo y, con la aprobación del Santo Padre, Domingo formó la Orden de Predicadores (mas conocidos como Dominicos). Con gran celo predicaban, enseñaban y los frutos de conversión crecían. A medida que la orden crecía, se extendieron a diferentes países como misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen.

El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a Alano de la Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción. La Virgen le dijo también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del rosario y reiteró las promesas dadas a Sto. Domingo referentes al rosario.

Promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario, tomadas de los escritos del Beato Alano:

1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.

La Virgen del Rosario: ¡Vencedora de las batallas!

Europa y con ella toda la cristiandad estaba en grave peligro de extinción. Sabemos, por las promesas de Jesucristo, que eso no puede ocurrir pero, humanamente, no había solución para la amenaza del Islam. Los Musulmanes se proponían hacer desaparecer, a punta de espada, el cristianismo. Ya habían tomado Tierra Santa, Constantinopla, Grecia, Albania, África del Norte y España. En esas extensas regiones el cristianismo era perseguido, y muchos mártires derramaron su sangre, muchas diócesis desaparecieron completamente. Después de 700 años de lucha por la reconquista, España y Portugal pudieron librarse del dominio musulmán. Esa lucha comenzó a los pies de la Virgen de Covadonga y culminó con la conquista de Granada, cuando los reyes católicos, Fernando e Isabel, pudieron definitivamente expulsar a los moros de la península en el 1492. ¡La importancia de esta victoria es incalculable ya que en ese mismo año ocurre el descubrimiento de América y la fe se comienza a propagar en el nuevo continente!

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El “camino” de Alexia


El “camino” de Alexia


Autor: Mons. José Ignacio Munilla Aguirre





Hace ya unos catorce años que cayó en mis manos una de las biografías publicadas sobre la vida y muerte de una adolescente madrileña, Alexia González-Barros (1971-1985), cuyo proceso de beatificación está en curso. Se trataba de la historia dramática de una joven de trece años a quien se le había declarado un tumor maligno que acabó con su vida en menos de un año. Aquel libro no me dejó indiferente. Muy al contrario: en repetidas ocasiones me hizo llorar de emoción y en otras reía y disfrutaba al comprobar la belleza del tesoro de la inocencia, cuando ésta es iluminada por la fe cristiana. La fuerza testimonial que irradiaba, grabó en mí una huella imborrable. Entonces yo era todavía un sacerdote “novel”, pero al concluir la lectura de aquel libro, comprendí que en adelante, aquella niña sería mi “amiga” por el resto de mis años. Recuerdo también que empleé un dinero del que en aquel momento disponía, para distribuir en la parroquia abundantes ejemplares de su vida. Con alegría, pude comprobar cómo Alexia llegaba igualmente a otros corazones. A lo largo de estos años, me he acordado de ella, de una forma especial, cada vez que visito o tengo noticia de algún niño o adolescente enfermo.

¿Qué es lo que más me llamó la atención de su historia? Por encima de todo, su plena confianza en la voluntad de Dios… “Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras” –repetía con frecuencia-. Es como si en ella se fundiesen el sentido común y la más alta mística. Ciertamente, los niños inocentes –Alexia- nos enseñan a sobrenaturalizar lo natural y a naturalizar lo sobrenatural. También me impresionó profundamente la fuerza de la familia cristiana. ¡Aquella familia era una “piña” en la que se vivía una especie de “santidad compartida”!

Añado a lo anterior que, el hecho de acercarme a la figura de Alexia me ayudó también a valorar más los carismas de la Iglesia, porque era notorio que la pertenencia al Opus Dei de varios de sus miembros, había sido un factor determinante del que se había nutrido aquella historia de amor. Y, finalmente, tengo que agradecer a Alexia que me “enseñase” a tener relación y devoción hacia nuestro personal Ángel Custodio. ¡Me quedé perplejo al descubrir la audacia con la que aquella niña “bautizaba” a su Ángel de la Guarda con el nombre de “Hugo”! La naturalidad con la que Alexia trataba con Hugo, me ayudó a entender aquella frase del Evangelio: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10).

Pues bien, hace ya varios meses, llegó a mis oídos la noticia de que un director de cine, que se autodefine como “ateo practicante”, había decidido inspirarse en la historia de Alexia para realizar una especie de “contrahistoria” de su vida. No me lo hubiese creído, de no ser por el cúmulo de faltas de respeto a la religión cristiana, de las que ya hemos sido testigos… (No creo necesario detallar los casos recientes: obras teatrales con título blasfemo, exposiciones fotográficas de la misma índole, programas televisivos burlescos y despectivos, etc).

Finalmente, la película en cuestión ya ha llegado a las salas cinematográficas, con el nombre de “Camino”. Por si hubiese lugar a dudas, el director ha tenido la desfachatez de hacer un guión en el que la niña protagonista de la película lleva el nombre propio del título del libro que escribió el fundador del Opus Dei (Camino). La película utiliza la historia de Alexia como arma arrojadiza contra lo que la propia niña más amaba: su madre y su padre, sus hermanos, la Iglesia... Todo aquello que los creyentes habíamos admirado en el testimonio de Alexia y de su familia, por arte de magia, en la pantalla es retorcido hasta el extremo, y se nos muestra como grotesco, como masoquismo, fanatismo, manipulación… Baste citar el subtítulo burlesco elegido para la película: “¿Quieres que rece por ti para que tú también te mueras?”…

Aunque a estas alturas ya nada nos sorprenda, tengo que reconocer que a mí este episodio me ha impresionado: ¿Qué mal habrán hecho a nadie Alexia y su familia? ¿Por qué “se revuelve” ante su memoria un señor que se dice “no creyente”? ¿Será sólo cosa de buscar el dinero fácil, o habrá más factores que lo expliquen? Vienen a mi memoria las palabras que el “buen ladrón” dirigió a su compañero de suplicio, tras escuchar con asombro cómo éste insultaba gratuita e injustificadamente a Jesús crucificado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque nos lo hemos merecido. En cambio, éste nada malo ha hecho. –Y volviéndose hacia Jesús le dijo-: ¡Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino!” (Lc 23, 41).

La escena de los dos ladrones crucificados junto a Jesús es paradigmática: la humanidad no se divide en “buenos” y “malos”. En realidad, todos somos “ladrones”, es decir, “pecadores”. Por el contrario, la humanidad se compone de pecadores “arrepentidos” y pecadores “convencidos”. Los primeros reconocen su culpa, al mismo tiempo que aprecian y admiran toda la bondad que les rodea. Los segundos, por el contrario, parece como si encontrasen alivio blasfemando contra Dios, o ensuciando a quienes pudiesen estar más limpios que ellos. Ésta ha sido una constante en la historia de la Iglesia: el testimonio de los santos es estímulo para unos, al mismo tiempo que resulta molesto para otros.

Ante este tipo de situaciones, pienso que los católicos debemos reaccionar con audacia y con paciencia. “Es preferible encender una luz que maldecir las tinieblas”, de modo que estamos ante una ocasión magnífica para dar a conocer la vida de Alexia y su maravilloso testimonio (www.alexiagb.org). Lo ocurrido demuestra que la vida de Alexia es mucho más luminosa de lo que suponíamos, especialmente en el momento histórico actual, en el que se introduce la eutanasia y el suicidio asistido. Nuestra sociedad está necesitada de “testigos” que den “luz” y que nos ayuden a vivir con sentido las cruces de nuestra existencia. ¡Alexia, danos audacia y paciencia para el “camino”!

lunes, 3 de noviembre de 2008

¡¡¡ De nuevo, para TÍ !!!


Queridos amigos: me es grato informarles de que "Christus Dominus" ha vuelto.
Tengo que agradeceros vuestra confianza prestada a este blog, vuestro blog, y espero que os continúe informando y ayudando. He comenzado a caminar en esta vida hacia el sacerdocio a la que Dios me ha llamado. Contaros que la vida aquí es maravillosa, pues día tras día me acuesto y me levanto con la alabanza a Dios en mis labios; una vida a la que, como ya comenté en otras entradas, tú también puedes estar llamado. Yo no me arrepiento en ningún momento de haberle respondido a Dios con un fuerte ¡SÍ!. Gracias por vuestras oraciones, os aseguro que me sostienen cada día; os ruego continuéis rezando por mí, pues "sin la oración de mis hermanos nada soy".
Gracias.

(Blogmaster)

jueves, 25 de septiembre de 2008

Sobre el futuro de este Blog.

Queridos amigos de "Christus Dominus" :

Como escribi recientemente me dispongo a ingresar en el Seminario , mas concretamente en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Madid , por lo no puedo asegurar la continuidad del Blog "Christus Dominus".
La decision de continuar o no la tomare en el momento del imgleso y teniendo en cuenta los momentos en los que pueda utilizar el ordenador para estos fines.
Hasta el proximo dia 1 seguire con el ritmo habitual. Quizas a partir de entonces os presentre una o dos entradaa por semana.
A la espera de saber algo , os doy las gracias por vuestras visitas y os pido que receis por mi.

Blogmaster

lunes, 22 de septiembre de 2008

Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo


Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 3 de septiembre de 2008

La conversión de san Pablo

Queridos hermanos y hermanas:

La catequesis de hoy estará dedicada a la experiencia que san Pablo tuvo en el camino de Damasco y, por tanto, a lo que se suele llamar su conversión. Precisamente en el camino de Damasco, en los inicios de la década del año 30 del siglo I, después de un período en el que había perseguido a la Iglesia, se verificó el momento decisivo de la vida de san Pablo. Sobre él se ha escrito mucho y naturalmente desde diversos puntos de vista. Lo cierto es que allí tuvo lugar un viraje, más aún, un cambio total de perspectiva. A partir de entonces, inesperadamente, comenzó a considerar "pérdida" y "basura" todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal, casi la razón de ser de su existencia (cf. Flp 3, 7-8) ¿Qué es lo que sucedió?

Al respecto tenemos dos tipos de fuentes. El primer tipo, el más conocido, son los relatos escritos por san Lucas, que en tres ocasiones narra ese acontecimiento en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 4-23). Tal vez el lector medio puede sentir la tentación de detenerse demasiado en algunos detalles, como la luz del cielo, la caída a tierra, la voz que llama, la nueva condición de ceguera, la curación por la caída de una especie de escamas de los ojos y el ayuno. Pero todos estos detalles hacen referencia al centro del acontecimiento: Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida y se dirige a Saulo, transforma su pensamiento y su vida misma. El esplendor del Resucitado lo deja ciego; así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su "sí" definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente.

En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también "iluminación", porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo. En este sentido se puede y se debe hablar de una conversión. Ese encuentro es el centro del relato de san Lucas, que tal vez utilizó un relato nacido probablemente en la comunidad de Damasco. Lo da a entender el colorido local dado por la presencia de Ananías y por los nombres tanto de la calle como del propietario de la casa en la que Pablo se alojó (cf. Hch 9, 11).

El segundo tipo de fuentes sobre la conversión está constituido por las mismas Cartas de san Pablo. Él mismo nunca habló detalladamente de este acontecimiento, tal vez porque podía suponer que todos conocían lo esencial de su historia, todos sabían que de perseguidor había sido transformado en apóstol ferviente de Cristo. Eso no había sucedido como fruto de su propia reflexión, sino de un acontecimiento fuerte, de un encuentro con el Resucitado. Sin dar detalles, en muchas ocasiones alude a este hecho importantísimo, es decir, al hecho de que también él es testigo de la resurrección de Jesús, cuya revelación recibió directamente del mismo Jesús, junto con la misión de apóstol.

El texto más claro sobre este punto se encuentra en su relato sobre lo que constituye el centro de la historia de la salvación: la muerte y la resurrección de Jesús y las apariciones a los testigos (cf. 1 Co 15). Con palabras de una tradición muy antigua, que también él recibió de la Iglesia de Jerusalén, dice que Jesús murió crucificado, fue sepultado y, tras su resurrección, se apareció primero a Cefas, es decir a Pedro, luego a los Doce, después a quinientos hermanos que en gran parte entonces vivían aún, luego a Santiago y a todos los Apóstoles. Al final de este relato recibido de la tradición añade: "Y por último se me apareció también a mí" (1 Co 15, 8). Así da a entender que este es el fundamento de su apostolado y de su nueva vida.

Hay también otros textos en los que expresa lo mismo: "Por medio de Jesucristo hemos recibido la gracia del apostolado" (Rm 1, 5); y también: "¿Acaso no he visto a Jesús, Señor nuestro?" (1 Co 9, 1), palabras con las que alude a algo que todos saben. Y, por último, el texto más amplio es el de la carta a los Gálatas: "Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los Apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco" (Ga 1, 15-17). En esta "auto-apología" subraya decididamente que también él es verdadero testigo del Resucitado, que tiene una misión recibida directamente del Resucitado.

Así podemos ver que las dos fuentes, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de san Pablo, convergen en un punto fundamental: el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano. Al mismo tiempo, san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sintonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol, como escribe explícitamente en la primera carta a los Corintios: "Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (1 Co 15, 11). Sólo existe un anuncio del Resucitado, porque Cristo es uno solo.

Como se ve, en todos estos pasajes san Pablo no interpreta nunca este momento como un hecho de conversión. ¿Por qué? Hay muchas hipótesis, pero en mi opinión el motivo es muy evidente. Este viraje de su vida, esta transformación de todo su ser no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración o evolución intelectual y moral, sino que llegó desde fuera: no fue fruto de su pensamiento, sino del encuentro con Jesucristo. En este sentido no fue sólo una conversión, una maduración de su "yo"; fue muerte y resurrección para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con Cristo resucitado. De ninguna otra forma se puede explicar esta renovación de san Pablo.

Los análisis psicológicos no pueden aclarar ni resolver el problema. Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. En este sentido más profundo podemos y debemos hablar de conversión. Este encuentro es una renovación real que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en "basura"; ya no es "ganancia" sino pérdida, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo.

Sin embargo no debemos pensar que san Pablo se cerró en un acontecimiento ciego. En realidad sucedió lo contrario, porque Cristo resucitado es la luz de la verdad, la luz de Dios mismo. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. En ese momento no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su herencia, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y de los profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo, su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos. Así realmente podía ser el Apóstol de los gentiles.

En relación con nuestra vida, podemos preguntarnos: ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad.

Por tanto oremos al Señor para que nos ilumine, para que nos conceda en nuestro mundo el encuentro con su presencia y para que así nos dé una fe viva, un corazón abierto, una gran caridad con todos, capaz de renovar el mundo.

martes, 16 de septiembre de 2008

Paron momentaneo.

Christus Dominus para por unos dias.
Volveros dentro de una semana con videos , textos y noticias sobre el Señor , el Papa y la Iglesia.
Os dejo con un magnifico Video sobre la muerte de Juan Pablo II y la eleccion de Benedicto XVI Pincha aqui

ademas continuamos la serie sobre el Sacerdocio con oro video.

¡Hasta dentro de 7 dias!

lunes, 15 de septiembre de 2008

LVM

Queridos Amigos:

Un visitante demanda una entrada en la que desvele algunos datos dobre el Blogmaster de Christus Dominus.

He de decir en primer lugar que NO soy Sacerdote , aunque me dispongo a entrar en el seminario(Por lo que no se si el blog seguira abierto mucho tiempo).
Tengo 18 años. Pertenezco a una Comunidad Neocatecumenal.
Hasta hace unos meses estudiaba Bachillerato.

Vivo en Baeza , Jaen , España.

Para mas datos , consultar.... ;-)

Ser sacerdote





domingo, 14 de septiembre de 2008

sábado, 13 de septiembre de 2008

La vida va dando vueltas...

Oración para el Jubileo de Lourdes


Señor,
Tú preparaste a María para que fuese la Madre de tu Hijo,
y, por su Inmaculada Concepción,
la preservaste de toda mancha de pecado.
Por eso pudo pronunciar el « sí » de la fe,
desde la Anunciación hasta la Cruz.
Lo que hiciste en María es admirable.
Te damos gracias, Señor.

En Lourdes, Señor, preparaste a Bernardita
para que fuese testigo de las apariciones de la Virgen.
Por la transparencia de su corazón, por su humildad y su valentía,
hizo fracasar todas las insidias del Maligno.
Lo que hiciste en Bernardita es admirable.
Te damos gracias, Señor.

Ahora, Señor, se acerca el jubileo de las Apariciones.
Prepáranos para celebrarlo con alegría.
Que, desde ahora, escuchemos tu palabra de reconciliación y de paz.
Abre nuestros corazones, nuestros ojos y nuestros brazos
a las necesidades de los demás.

Que el año jubilar sea un tiempo de gracia
para los que vengan a la Gruta de Massabielle
y para los que se unan, en la distancia, a la oración de los peregrinos.

Como Bernardita, que anhelaba recibir la Eucaristía,
aviva en nosotros el deseo de comulgar con Cristo
y de ser morada del Espíritu Santo;
mucho más en este año jubilar que nos ofreces,
con el ejemplo y la intercesión de María, tu humilde sierva,
a la que proclamamos dichosa, con todas las generaciones.

Amén.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Pescador de hombres.

¿Te planteas ser sacerdote?

"Christus Dominus" presente una pequeña serie de videos sobre la vocacion al sacerdocio.
El Sacerdote participa de nodo especial en el misterio de Cristo cabeza y pastor. Es una tarea apasionante que necesita de jovenes generosos y abiertos a la voluntad de Dios.
Empezamos con "Pescador de Hombres" un video realizado por la Conferencia Episcoal de los EE.UU.
Espero que os guste.
Despues y en los proximos dias se presentaran algunos videos sobre la vocacion y el testimonio a ser sacerdote.

SI DIOS TE LLAMA :¡NO DUDES EN SER GENEROSO Y ENTREGARTE TOTALMENTE A EL!



lunes, 8 de septiembre de 2008

LA LITURGIA DE LAS HORAS


LA LITURGIA DE LAS HORAS

"La Liturgia de las Horas es santificación de la jornada" (Pablo VI, Laudis canticum 2).

Orar sin desfallecer:

El Señor nos dijo que "es necesario orar siempre y no desfallecer" (Lc 18,1); "estad en vela, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza" (21,36). Y lo mismo nos mandaron los Apóstoles: "Aplicáos asiduamente a la oración" (Rm 12,12), "perseverad constantemente en la oración" (Col 3,2), "noche y día" (1Tes 3,10).

Si el Señor nos manda orar siempre, ello significa que quiere orar en nosotros siempre, por la acción de su Espíritu. Por tanto, en la medida en que no oramos y que vivimos olvidados de Dios, en esa medida estamos resistiendo al Espíritu de Jesús.

Pues bien ¿cómo podremos orar siempre? Muchas prácticas privadas tradicionales nos ayudarán a ello: la repetición de jaculatorias, la atención a la presencia de Dios, la ofrenda reiterada de nuestras obras, las súplicas frecuentes ocasionadas por las mismas circunstancias de la vida, la petición de perdón con ocasión de tantos pecados nuestros o ajenos, las alabanzas y acciones de gracias "siempre y en todo lugar"... Siempre y en todo lugar tenemos que avivar la llama de la oración continua.

La Oración de las Horas

Pero la Iglesia, enseñada por Cristo y los Apóstoles, nos ha enseñado para alcanzar la permanencia en la plegaria un medio sumamente precioso: la Oración de las Horas. Por éstas van siendo santificadas todas las horas de nuestras jornadas, y todo el tiempo de nuestra existencia va quedando impregnado de oración, de alabanza, de súplica, de intercesión y de acción de gracias. Así nuestra vida, haciéndose una "ofrenda permanente", se hace toda ella preparación y extensión de la eucaristía.

La Oración de las Horas centra en Dios la vida de los fieles, y ajustándose al ritmo biológico y secular de la naturaleza -día y noche, trabajo y descanso, vigilia y sueño-, asegura al Pueblo de Dios una armonía permanente entre la acción y la contemplación, entre el tiempo laborioso y el festivo, entre la atención a este mundo y la expectación del cielo. En una palabra, hace que los fieles participen de la armonía de la vida de Cristo:

"Su actividad diaria estaba tan unida a la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la cuarta vigilia de la noche" (OGLH 4).

¿Pero esta armonía, siempre mantenida, entre orar y laborar, realizable sin duda en la vida monástica, no será un ideal imposible para los sacerdotes, religiosos y laicos que viven en el mundo? El Vaticano II pedía expresamente que en la ordenación de la plegaria eclesial se tuvieran en cuenta las condiciones de la vida actual (SC 88). En estas condiciones de la vida moderna se presentan sin duda dificultades peculiares para un ritmo habitual de la oración, como pueden ser a veces jornadas laborales prolongadas, seguidas de largos descansos, tiempos empleados en viajar al trabajo, horarios cambiantes, difícilmente previsibles, etc. Pero también se dan facilidades considerables, al menos en relación a épocas pasadas: limitación acentuada del horario laboral, racionalización ordenada de los tiempos de trabajo, horarios fijos, fines de semana y vacaciones mucho más amplios, etc. No exageremos las dificultades. De hecho, la gran mayoría de los ciudadanos modernos viven un horario sumamente rutinario, y cada día -según nos informan las estadísticas- dedican a la lectura de los diarios media o una hora, y a la contemplación de la televisión dos o tres horas. Y todo ello con una considerable regularidad, aunque haya días en que no puedan hacerlo...

Imitando a Jesús, nosotros debemos abrir espacio en nuestra vida para la oración, lo que, no siempre, pero a veces, nos exigirá madrugar, o trasnochar, o despedirnos de la gente con quien estamos -como él lo hacía, llegado el caso (+Mc 6,46). La experiencia, no sólamente la teoría, nos enseña que generalmente los cristianos que valoran de verdad la oración como un valor esencial, hallan tiempo para ella, y que incluso lo hallan con una cierta regularidad diaria. La oración privada, "en lo secreto" (Mt 6,6), sea o no la de las Horas litúrgicas, no suele ser en modo alguno irrealizable.

Eficacia santificante del Oficio Divino para los que lo oran:

a) El diálogo con Dios. "La santificación humana y el culto a Dios se dan en la Liturgia de las Horas de forma tal que se establece aquí aquella especie de diálogo entre Dios en los hombres, en el que "Dios habla a su pueblo... y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración"(SC 33)" (OGLH 14). De este modo, la santificación de los orantes viene obrada por el Espíritu Santo, cuya presencia en la oración litúrgica de la Iglesia es infalible y segura, precisamente por su carácter sacramental.

b) La Palabra divina vivificante. El Oficio Divino guarda y acrecienta continuamente en los fieles el sensus fidei, como todas las acciones sacramentales de la Iglesia (+SC 59), pues "los que participan en la Liturgia de las Horas pueden hallar una fuente abundantísima de santificación en la Palabra de Dios, que tiene aquí principal importancia. En efecto, tanto las lecturas como los salmos que se cantan en su presencia están tomados de la Sagrada Escritura, y las demás preces, oraciones e himnos están penetrados de su espíritu" (OGLH 14).

c) La intercesión suplicante. La Oración litúrgica es impetración poderosísima, pues "no es sólo la voz de la Iglesia, sino también la misma voz de Cristo, ya que las súplicas se profieren en el nombre de Cristo, es decir "por nuestro Señor Jesucristo", y la Iglesia continúa así las plegarias y súplicas que brotaron de Cristo durante su vida mortal, por lo que poseen singular eficacia" (OGLH 17). Y esta eficacia suplicante, que es en favor de todos los hombres, es sin duda en favor primeramente de los mismos orantes.

Dimensión escatológica de la Liturgia de las Horas:

En toda "liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero (Ap 21,2; Col 3,1; Heb 8,2)" (SC 8). Ahora bien, en el cielo, Cristo vive siempre para interceder por nosotros ante el Padre (+Heb 7,25; 1Jn 2,1).

Según esto, podemos estar ciertos de la presencia de Cristo glorioso en las Horas litúrgicas, y de que éstas no son sino "la voz de Cristo, con su Cuerpo, que ora al Padre" (SC 84; OGLH 15). De él, pues, reciben las Horas toda su fuerza cultual y suplicante. De él, de la Virgen María y de los Apóstoles, de los bienaventurados y de los ángeles, reciben la Liturgia de las Horas toda su dignidad, santidad y belleza.

"Con la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas celestiales; y siente ya el saber de aquella alabanza celestial que resuena de continuo ante el trono de Dios y del Cordero, como Juan describe en el Apocalipsis" (OGLH 16).

Por otra parte, en esta dimensión escatológica de la liturgia en general, y de las Horas en particular, no hay ningún escapismo angelista, ni olvido alguno de los compromisos temporales. Al contrario, la esperanza del Reino, avivada en la Liturgia de las Horas, potencia a los cristianos en orden a la transformación del mundo presente.

"Hasta nosotros ha llegado la plenitud de los tiempos (+1Cor 10,11), y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente (LG 48). De este modo la fe nos enseña también el sentido de nuestra vida temporal, a fin de que unidos con todas las criaturas anhelemos la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,15). En la Liturgia de las Horas proclamamos esta fe, expresamos y alimentamos esta esperanza, participamos en cierto modo del gozo de la perpetua alabanza y del día que no conoce ocaso" (OGLH 16).

La Iglesia, cuando ora y canta salmos, santificando el curso del tiempo humano, está haciendo presente en este mundo visible el misterio de la salvación y está haciendo eficaz su llegada a los hombres.


Extracto del libro "Oración al paso de las Horas", de Julian Lopez Martin. Fundación Gratisdate.

LA LITURGIA DE LAS HORAS

domingo, 31 de agosto de 2008

Salmo 57 (56) ¡Quiero cantar!


Salmo 57 (56)





ORACIÓN DE UN HOMBRE PERSEGUIDO

1 Del maestro de coro. "No destruyas". De David. Mictán. Cuando, huyendo de Saúl, se escondió en la cueva.

Súplica confiada

2 Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad,
porque mi alma se refugia en ti;
yo me refugio a la sombra de tus alas
hasta que pase la desgracia.

3 Invocaré a Dios, el Altísimo,
al Dios que lo hace todo por mí:
4 él me enviará la salvación desde el cielo
y humillará a los que me atacan.
¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad!

Pausa

5 Yo estoy tendido en medio de leones
que devoran con avidez a los hombres;
sus dientes son lanzas y flechas,
su lengua, una espada afilada.

6 ¡Levántate, Dios, por encima del cielo,
y que tu gloria cubra toda la tierra!

Acción de gracias

7 Ellos tendieron una red a mi paso,
para que yo sucumbiera;
cavaron una fosa ante mí,
pero cayeron en ella.

Pausa

8 Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar al son de instrumentos:
9 ¡despierta, alma mía!
¡Despierten, arpa y cítara,
para que yo despierte a la aurora!

10 Te alabaré en medio de los pueblos, Señor,
te cantaré entre las naciones,
11 porque tu misericordia se eleva hasta el cielo
y tu fidelidad hasta las nubes.

12 ¡Levántate, Dios, por encima del cielo,
y que tu gloria cubra toda la tierra!


SALMO 57 MUSICA

lunes, 25 de agosto de 2008

Corona de San Benito


Oh Padre Eterno, te suplico que destruyas el poder de tus más grandes enemigos: los espíritus malignos... arrójalos a lo más profundo del infierno y déjalos ahí para siempre...


Corona de San Benito
varias fuentes
adaptado para tengoseddeti.org




San Benito (480-547), quien actualmente es el patrón de Europa, fue un poderoso exorcista y su medalla, la “Medalla de San Benito”, es muy poderosa en contra de los ataques del Maligno, y del mal en todas sus formas...
La Corona es muy fácil de rezar... se comienza rezando el Credo... seguido por tres cortas jaculatorias tomadas de la Medalla de San Benito, cada jaculatoria acompañada de un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria...
Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.


¡La Santa Cruz sea mi Luz,
y que el Dragón no sea mi guía!
Padre Nuestro..., Dios te salve, María..., Gloria al Padre...


¡Abajo contigo Satanás,
para de atraerme con tus mentiras!
Padre Nuestro..., Dios te salve, María..., Gloria al Padre...


¡Venenosa es tu carnada,
trágatela tú mismo!
Padre Nuestro..., Dios te salve, María..., Gloria al Padre...


Oración
Padre Eterno, en unión con tu Divino Hijo y el Espíritu Santo, y a través del Inmaculado Corazón de María, yo te suplico que destruyas el poder de tus más grandes enemigos: los espíritus malignos. Arrójalos a lo más profundo del infierno y déjalos ahí para siempre. Toma posesión de tu Reino, el cual creaste y al cual tienes derecho.
Oh Padre Eterno, concédenos el Reino del Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Yo repetiré esta oración por puro amor, con cada latido de mi corazón y en cada uno de mis suspiros. Amén.

jueves, 14 de agosto de 2008

jueves, 7 de agosto de 2008

domingo, 3 de agosto de 2008

Regreso de Australia


Queridos amigos de Christus Dominus:

Un saludo despues de haber regrasado de Australia donde he tenido el privilegio de participar el la Jornada Mundial de la Juventud.

Os transmito la alegria del encuentro y las gracias recibidas.

Saludos a Todos.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
PARA LA XXIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Hipódromo de Randwick
Domingo 20 de julio de 2008



Queridos amigos:

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza» (Hch 1,8). Hemos visto cumplida esta promesa. En el día de Pentecostés, como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor resucitado, sentado a la derecha del Padre, envió el Espíritu Santo a sus discípulos reunidos en el cenáculo. Por la fuerza de este Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En cada época y en cada lengua, la Iglesia continúa proclamando en todo el mundo las maravillas de Dios e invita a todas las naciones y pueblos a la fe, a la esperanza y a la vida nueva en Cristo.

En estos días, también yo he venido, como Sucesor de san Pedro, a esta estupenda tierra de Australia. He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes hermanas y hermanos míos, y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que esta gran asamblea, que congrega a jóvenes de «todas las naciones de la tierra» (Hch 2,5), se transforme en un nuevo cenáculo. Que el fuego del amor de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo.

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza». Estas palabras del Señor resucitado tienen un significado especial para los jóvenes que serán confirmados, sellados con el don del Espíritu Santo, durante esta Santa Misa. Pero estas palabras están dirigidas también a cada uno de nosotros, es decir, a todos los que han recibido el don del Espíritu de reconciliación y de la vida nueva en el Bautismo, que lo han acogido en sus corazones como su ayuda y guía en la Confirmación, y que crecen cotidianamente en sus dones de gracia mediante la Santa Eucaristía. En efecto el Espíritu Santo desciende nuevamente en cada Misa, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestras vidas, para hacer de nosotros, con su fuerza, «un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo».

Pero, ¿qué es este «poder» del Espíritu Santo? Es el poder de la vida de Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la muerte. Es el poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada del Reino de Dios. En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia que ha comenzado una nueva era, en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre toda la humanidad (cf. Lc 4,21). Él mismo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, vino entre nosotros para traernos este Espíritu. Como fuente de nuestra vida nueva en Cristo, el Espíritu Santo es también, de un modo muy verdadero, el alma de la Iglesia, el amor que nos une al Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios que nos rodean.

Aquí en Australia, esta «gran tierra meridional del Espíritu Santo», todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable de la presencia y del poder del Espíritu en la belleza de la naturaleza. Nuestros ojos se han abierto para ver el mundo que nos rodea como es verdaderamente: «colmado», como dice el poeta, «de la grandeza de Dios», repleto de la gloria de su amor creativo. También aquí, en esta gran asamblea de jóvenes cristianos provenientes de todo el mundo, hemos tenido una experiencia elocuente de la presencia y de la fuerza del Espíritu en la vida de la Iglesia. Hemos visto la Iglesia como es verdaderamente: Cuerpo de Cristo, comunidad viva de amor, en la que hay gente de toda raza, nación y lengua, de cualquier edad y lugar, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado.

La fuerza del Espíritu Santo jamás cesa de llenar de vida a la Iglesia. A través de la gracia de los Sacramentos de la Iglesia, esta fuerza fluye también en nuestro interior, como un río subterráneo que nutre el espíritu y nos atrae cada vez más cerca de la fuente de nuestra verdadera vida, que es Cristo. San Ignacio de Antioquía, que murió mártir en Roma al comienzo del siglo segundo, nos ha dejado una descripción espléndida de la fuerza del Espíritu que habita en nosotros. Él ha hablado del Espíritu como de una fuente de agua viva que surge en su corazón y susurra: «Ven, ven al Padre» (cf. A los Romanos, 6,1-9).

Sin embargo, esta fuerza, la gracia del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla como puro don. El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos cambiarnos por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo con el espíritu de nuestro tiempo. Sólo entonces podemos permitirle encender nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan importante la oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia. Ésta es pura receptividad de la gracia de Dios, amor en acción, comunión con el Espíritu que habita en nosotros y nos lleva, por Jesús y en la Iglesia, a nuestro Padre celestial. En la potencia de su Espíritu, Jesús está siempre presente en nuestros corazones, esperando serenamente que nos dispongamos en el silencio junto a Él para sentir su voz, permanecer en su amor y recibir «la fuerza que proviene de lo alto», una fuerza que nos permite ser sal y luz para nuestro mundo.

En su Ascensión, el Señor resucitado dijo a sus discípulos: «Seréis mis testigos… hasta los confines del mundo» (Hch 1,8). Aquí, en Australia, damos gracias al Señor por el don de la fe, que ha llegado hasta nosotros como un tesoro transmitido de generación en generación en la comunión de la Iglesia. Aquí, en Oceanía, damos gracias de un modo especial a todos aquellos misioneros, sacerdotes y religiosos comprometidos, padres y abuelos cristianos, maestros y catequistas, que han edificado la Iglesia en estas tierras. Testigos como la Beata Mary Mackillop, San Peter Chanel, el Beato Peter To Rot y muchos otros. La fuerza del Espíritu, manifestada en sus vidas, está todavía activa en las iniciativas beneficiosas que han dejado en la sociedad que han plasmado y que ahora se os confía a vosotros.

Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la «fuerza» que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?

La fuerza del Espíritu Santo no sólo nos ilumina y nos consuela. Nos encamina hacia el futuro, hacia la venida del Reino de Dios. ¡Qué visión magnífica de una humanidad redimida y renovada descubrimos en la nueva era prometida por el Evangelio de hoy! San Lucas nos dice que Jesucristo es el cumplimiento de todas las promesas de Dios, el Mesías que posee en plenitud el Espíritu Santo para comunicarlo a la humanidad entera. La efusión del Espíritu de Cristo sobre la humanidad es prenda de esperanza y de liberación contra todo aquello que nos empobrece. Dicha efusión ofrece de nuevo la vista al ciego, libera a los oprimidos y genera unidad en y con la diversidad (cf. Lc 4,18-19; Is 61,1-2). Esta fuerza puede crear un mundo nuevo: puede «renovar la faz de la tierra» (cf. Sal 104,30).

Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad.

El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos (cf. Jr 2,13) en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida.

También la Iglesia tiene necesidad de renovación. Tiene necesidad de vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu (cf. Lumen gentium, 4). En la segunda lectura de hoy, el apóstol Pablo nos recuerda que cada cristiano ha recibido un don que debe ser usado para edificar el Cuerpo de Cristo. La Iglesia tiene especialmente necesidad del don de los jóvenes, de todos los jóvenes. Tiene necesidad de crecer en la fuerza del Espíritu que también ahora os infunde gozo a vosotros, jóvenes, y os anima a servir al Señor con alegría. Abrid vuestro corazón a esta fuerza. Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro «sí» a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros.

Dentro de poco celebraremos el sacramento de la Confirmación. El Espíritu Santo descenderá sobre los candidatos; ellos serán «sellados» con el don del Espíritu y enviados para ser testigos de Cristo. ¿Qué significa recibir la «sello» del Espíritu Santo? Significa ser marcados indeleblemente, inalterablemente cambiados, significa ser nuevas criaturas. Para los que han recibido este don, ya nada puede ser lo mismo. Estar «bautizados» en el Espíritu significa estar enardecidos por el amor de Dios. Haber «bebido» del Espíritu (cf. 1 Co 12,13) significa haber sido refrescados por la belleza del designio de Dios para nosotros y para el mundo, y llegar a ser nosotros mismos una fuente de frescor para los otros. Ser «sellados con el Espíritu» significa además no tener miedo de defender a Cristo, dejando que la verdad del Evangelio impregne nuestro modo de ver, pensar y actuar, mientras trabajamos por el triunfo de la civilización del amor.

Al elevar nuestra oración por los confirmandos, pedimos también que la fuerza del Espíritu Santo reavive la gracia de la Confirmación de cada uno de nosotros. Que el Espíritu derrame sus dones abundantemente sobre todos los presentes, sobre la ciudad de Sydney, sobre esta tierra de Australia y sobre todas sus gentes. Que cada uno de nosotros sea renovado en el espíritu de sabiduría e inteligencia, el espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y piedad, espíritu de admiración y santo temor de Dios.

Que por la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, esta XXIII Jornada Mundial de la Juventud sea vivida como un nuevo cenáculo, de forma que todos nosotros, enardecidos con el fuego del amor del Espíritu Santo, continuemos proclamando al Señor resucitado y atrayendo a cada corazón hacia Él. Amén.



El Santo Padre, después de la homilía, dirigió saludos a los jóvenes en italiano, francés, alemán, español y portugués)

Saludo de corazón a los jóvenes de lengua italiana y extiendo mi saludo afectuoso a todos los que son originarios de Italia y viven en Australia. Al final de esta extraordinaria experiencia de Iglesia, que nos ha hecho vivir un renovado Pentecostés, volved a casa robustecidos con la fuerza del Espíritu Santo. Sed testigos de Cristo resucitado, esperanza de los jóvenes y de toda la familia humana.

Queridos jóvenes de lengua francesa, el Espíritu Santo es la fuente del mensaje de Jesucristo y de su acción salvífica. Habla al corazón con un lenguaje que cada uno comprende. La variedad de dones del Espíritu Santo os hace comprender la riqueza de gracias que hay en Dios. Ojalá que os abráis a su soplo. Permitid su acción en vosotros y en vuestro entorno. Así viviréis en Dios y testimoniaréis que Cristo es el Salvador que espera el mundo.

Queridos jóvenes de lengua alemana, también a vosotros os saludo con afecto. El Espíritu Santo es Espíritu de comunión y fuente de comprensión y comunicación. Hablad a los demás de vuestras esperanzas y de vuestros ideales; hablad de Dios y con Dios. El hombre que vive en el amor a Dios y en el amor al prójimo es feliz. Que el Espíritu de Dios os guíe por la senda de la paz.

Queridos jóvenes de lengua española, en Cristo se cumplen todas las promesas de salvación verdadera para la humanidad. Él tiene para cada uno de vosotros un proyecto de amor en el que se encuentra el sentido y la plenitud de la vida, y espera de todos vosotros que hagáis fructificar los dones que os ha dado, siendo sus testigos de palabra y con el propio ejemplo. No lo defraudéis.

Queridos jóvenes de lengua portuguesa, queridos amigos en Cristo, ya sabéis que Jesús no os deja solos. Dijo: "Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad (...) Vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está" (Jn 14, 16-17). Es verdad. Sobre vosotros ha bajado una lengua de fuego de Pentecostés: es vuestro sello de cristianos. Pero no debéis guardarlo sólo para vosotros, pues "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7). Llevad este fuego santo a todos los rincones de la tierra. Nada ni nadie lo podrá apagar, pues ha bajado del cielo. Esta es vuestra fuerza, queridos jóvenes amigos. Por eso, vivid del Espíritu y para el Espíritu.

martes, 22 de julio de 2008

Saludos desde Australia!


Desde Sydney , celebrada la Jornada Mundial de la Juventud , un saludo con la Bendicion del Santo Padre. A la llegada a Espana os ensenare las fotos.


LVM.Blogmaster de `Christus Dominus`

domingo, 13 de julio de 2008

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS JÓVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN DE LA XXIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2008


XXIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN
DE LA XXIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2008

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8)



Queridos jóvenes:

1. La XXIII Jornada Mundial de la Juventud

Recuerdo siempre con gran alegría los diversos momentos transcurridos juntos en Colonia, en el mes de agosto de 2005. Al final de aquella inolvidable manifestación de fe y entusiasmo, que permanece impresa en mi espíritu y en mi corazón, os di cita para el próximo encuentro que tendrá lugar en Sydney, en 2008. Será la XXIII Jornada Mundial de la Juventud y tendrá como tema: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8). El hilo conductor de la preparación espiritual para el encuentro en Sydney es el Espíritu Santo y la misión. En 2006 nos habíamos detenido a meditar sobre el Espíritu Santo como Espíritu de verdad, en 2007 quisimos descubrirlo más profundamente como Espíritu de amor, para encaminarnos después hacia la Jornada Mundial de la Juventud 2008 reflexionando sobre el Espíritu de fortaleza y testimonio, que nos da el valor de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo. Por ello es fundamental que cada uno de vosotros, jóvenes, en la propia comunidad y con los educadores, reflexione sobre este Protagonista de la historia de la salvación que es el Espíritu Santo o Espíritu de Jesús, para alcanzar estas altas metas: reconocer la verdadera identidad del Espíritu, escuchando sobre todo la Palabra de Dios en la Revelación de la Biblia; tomar una lúcida conciencia de su presencia viva y constante en la vida de la Iglesia, redescubrir en particular que el Espíritu Santo es como el “alma”, el respiro vital de la propia vida cristiana gracias a los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía; hacerse capaces así de ir madurando una comprensión de Jesús cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer una aplicación eficaz del Evangelio en el alba del tercer milenio. Con mucho gusto os ofrezco con este mensaje un motivo de meditación para ir profundizándolo a lo largo de este año de preparación y ante el cual verificar la calidad de vuestra fe en el Espíritu Santo, de volver a encontrarla si se ha extraviado, de afianzarla si se ha debilitado, de gustarla como compañía del Padre y del Hijo Jesucristo, gracias precisamente a la obra indispensable del Espíritu Santo. No olvidéis nunca que la Iglesia, más aún la humanidad misma, la que está en torno a vosotros y que os aguarda en vuestro futuro, espera mucho de vosotros, jóvenes, porque tenéis en vosotros el don supremo del Padre, el Espíritu de Jesús.

2. La promesa del Espíritu Santo en la Biblia

La escucha atenta de la Palabra de Dios respecto al misterio y a la obra del Espíritu Santo nos abre al conocimiento cosas grandes y estimulantes que resumo en los siguientes puntos.

Poco antes de su ascensión, Jesús dijo a los discípulos: «Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido» (Lc 24, 49). Esto se cumplió el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos en oración en el Cenáculo con la Virgen María. La efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente fue el cumplimiento de una promesa de Dios más antigua aún, anunciada y preparada en todo el Antiguo Testamento.

En efecto, ya desde las primeras páginas, la Biblia evoca el espíritu de Dios como un viento que «aleteaba por encima de las aguas» (cf. Gn 1, 2) y precisa que Dios insufló en las narices del hombre un aliento de vida, (cf. Gn 2, 7), infundiéndole así la vida misma. Después del pecado original, el espíritu vivificante de Dios se ha ido manifestando en diversas ocasiones en la historia de los hombres, suscitando profetas para incitar al pueblo elegido a volver a Dios y a observar fielmente los mandamientos. En la célebre visión del profeta Ezequiel, Dios hace revivir con su espíritu al pueblo de Israel, representado en «huesos secos» (cf. 37, 1-14). Joel profetiza una «efusión del espíritu» sobre todo el pueblo, sin excluir a nadie: «Después de esto –escribe el Autor sagrado– yo derramaré mi Espíritu en toda carne... Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» (3, 1-2).

En la «plenitud del tiempo» (cf. Ga 4, 4), el ángel del Señor anuncia a la Virgen de Nazaret que el Espíritu Santo, «poder del Altísimo», descenderá sobre Ella y la cubrirá con su sombra. El que nacerá de Ella será santo y será llamado Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35). Según la expresión del profeta Isaías, sobre el Mesías se posará el Espíritu del Señor (cf. 11, 1-2; 42, 1). Jesús retoma precisamente esta profecía al inicio de su ministerio público en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí –dijo ante el asombro de los presentes–, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad y, a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; y para anunciar un año un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). Dirigiéndose a los presentes, se atribuye a sí mismo estas palabras proféticas afirmando: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír » (Lc 4, 21). Y una vez más, antes de su muerte en la cruz, anuncia varias veces a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el «Consolador», cuya misión será la de dar testimonio de Él y asistir a los creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa (cf. Jn 14, 16-17.25-26; 15, 26; 16, 13).

3. Pentecostés, punto de partida de la misión de la Iglesia

La tarde del día de su resurrección, Jesús, apareciéndose a los discípulos, «sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22). El Espíritu Santo se posó sobre los Apóstoles con mayor fuerza aún el día de Pentecostés: «De repente un ruido del cielo –se lee en los Hechos de los Apóstoles–, como el de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (2, 2-3).

El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos valientes del Evangelio. Tampoco sus enemigos lograron entender cómo hombres «sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13) fueran capaces de demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y las persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban reducirlos al silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el día de Pentecostés no ha dejado de extender la Buena Noticia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

4. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principio de comunión

Pero para comprender la misión de la Iglesia hemos de regresar al Cenáculo donde los discípulos permanecían juntos (cf. Lc 24, 49), rezando con María, la «Madre», a la espera del Espíritu prometido. Toda comunidad cristiana tiene que inspirarse constantemente en este icono de la Iglesia naciente. La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y «eficientes», sino el fruto de la oración comunitaria incesante (cf. Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi, 75). La eficacia de la misión presupone, además, que las comunidades estén unidas, que tengan «un solo corazón y una sola alma» (cf. Hch 4, 32), y que estén dispuestas a dar testimonio del amor y la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes (cf. Hch 2, 42). El Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (cf. Enc. Redemptoris missio, 26). Así sucedía al inicio del cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano, los paganos se convertían viendo el amor que reinaba entre los cristianos: «Ved –dicen– cómo se aman entre ellos» (cf. Apologético, 39, 7).

Concluyendo esta rápida mirada a la Palabra de Dios en la Biblia, os invito a notar cómo el Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas. Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su victoria sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos que el Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a una mera constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres, libertad para los oprimidos, vista para los ciegos...». Es lo que se manifestó con vigor el día de Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la Iglesia para con el mundo, su misión prioritaria.

Nosotros somos los frutos de esta misión de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Llevamos dentro de nosotros ese sello del amor del Padre en Jesucristo que es el Espíritu Santo. No lo olvidemos jamás, porque el Espíritu del Señor se acuerda siempre de cada uno y quiere, en particular mediante vosotros, jóvenes, suscitar en el mundo el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.

5. El Espíritu Santo «Maestro interior»

Queridos jóvenes, el Espíritu Santo sigue actuando con poder en la Iglesia también hoy y sus frutos son abundantes en la medida en que estamos dispuestos a abrirnos a su fuerza renovadora. Para esto es importante que cada uno de nosotros lo conozca, entre en relación con Él y se deje guiar por Él. Pero aquí surge naturalmente una pregunta: ¿Quién es para mí el Espíritu Santo? Para muchos cristianos sigue siendo el «gran desconocido». Por eso, como preparación a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, he querido invitaros a profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo. En nuestra profesión de de fe proclamamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo» (Credo Niceno-Constantinopolitano). Sí, el Espíritu Santo, Espíritu de amor del Padre y del Hijo, es Fuente de vida que nos santifica, «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5). Pero no basta conocerlo; es necesario acogerlo como guía de nuestras almas, como el «Maestro interior» que nos introduce en el Misterio trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe y permitirnos vivirla cada día en plenitud. Él nos impulsa hacia los demás, enciende en nosotros el fuego del amor, nos hace misioneros de la caridad de Dios.

Sé bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor hacia Jesús, cómo deseáis encontrarlo y hablar con Él. Pues bien, recordad que precisamente la presencia del Espíritu en nosotros atestigua, constituye y construye nuestra persona sobre la Persona misma de Jesús crucificado y resucitado. Por tanto, tengamos familiaridad con el Espíritu Santo, para tenerla con Jesús.

6. Los sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía

Pero –diréis– ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra vida espiritual? La respuesta ya la sabéis: se puede mediante los Sacramentos, porque la fe nace y se robustece en nosotros gracias a los Sacramentos, sobre todo los de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e inseparables (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1285). Esta verdad sobre los tres Sacramentos que están al inicio de nuestro ser cristianos se encuentra quizás desatendida en la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son gestos del pasado, pero sin repercusión real en la actualidad, como raíces sin savia vital. Resulta que, una vez recibida la Confirmación, muchos jóvenes se alejan de la vida de fe. Y también hay jóvenes que ni siquiera reciben este sacramento. Sin embargo, con los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y después, de modo constante, de la Eucaristía, es como el Espíritu Santo nos hace hijos del Padre, hermanos de Jesús, miembros de su Iglesia, capaces de un verdadero testimonio del Evangelio, beneficiarios de la alegría de la fe.

Os invito por tanto a reflexionar sobre lo que aquí os escribo. Hoy es especialmente importante redescubrir el sacramento de la Confirmación y reencontrar su valor para nuestro crecimiento espiritual. Quien ha recibido los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recuerde que se ha convertido en «templo del Espíritu»: Dios habita en él. Que sea siempre consciente de ello y haga que el tesoro que lleva dentro produzca frutos de santidad. Quien está bautizado, pero no ha recibido aún el sacramento de la Confirmación, que se prepare para recibirlo sabiendo que así se convertirá en un cristiano «pleno», porque la Confirmación perfecciona la gracia bautismal (cf. Ibíd., 1302-1304).

La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a Dios con toda nuestra vida (cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos somos miembros vivos, solidarios los unos con los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo bautizado, dejándose guiar por el Espíritu, puede dar su propia aportación a la edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque «en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). A cuantos, jóvenes como vosotros, no han recibido la Confirmación, les invito cordialmente a prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la ayuda de sus sacerdotes. Es una especial ocasión de gracia que el Señor os ofrece: ¡no la dejéis escapar!

Quisiera añadir aquí una palabra sobre la Eucaristía. Para crecer en la vida cristiana es necesario alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En efecto, hemos sido bautizados y confirmados con vistas a la Eucaristía (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1322; Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 17). Como «fuente y culmen» de la vida eclesial, la Eucaristía es un «Pentecostés perpetuo», porque cada vez que celebramos la Santa Misa recibimos el Espíritu Santo que nos une más profundamente a Cristo y nos transforma en Él. Queridos jóvenes, si participáis frecuentemente en la Celebración eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor, que es la Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de dedicar la vida a seguir las pautas del Evangelio. Al mismo tiempo, experimentaréis que donde no llegan nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo resucitado.

7. La necesidad y la urgencia de la misión

Muchos jóvenes miran su vida con aprensión y se plantean tantos interrogantes sobre su futuro. Ellos se preguntan preocupados: ¿Cómo insertarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que a veces parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo contribuir para que los frutos del Espíritu que hemos recordado precedentemente, «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí» (n. 6), inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los jóvenes sobre todo? ¿En qué condiciones el Espíritu vivificante de la primera creación, y sobre todo de la segunda creación o redención, puede convertirse en el alma nueva de la humanidad? No olvidemos que cuanto más grande es el don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto más lo es la necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y apasionante es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él. Y vosotros, jóvenes, con la Jornada Mundial de la Juventud, dais en cierto modo testimonio de querer participar en dicha misión. A este propósito, queridos amigos, me apremia recordaros aquí algunas verdades cruciales sobre las cuales meditar. Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización». Con la fuerza de su Espíritu, Él infunde en nosotros la caridad divina, que nos hace capaces de amar al prójimo y prontos para a ponernos a su servicio. El Espíritu Santo ilumina, revelando a Cristo crucificado y resucitado, y nos indica el camino para asemejarnos más a Él, para ser precisamente «expresión e instrumento del amor que de Él emana» (Enc. Deus caritas est, 33). Y quien se deja guiar por el Espíritu comprende que ponerse al servicio del Evangelio no es una opción facultativa, porque advierte la urgencia de transmitir a los demás esta Buena Noticia. Sin embargo, es necesario recordarlo una vez más, sólo podemos ser testigos de Cristo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que es «el agente principal de la evangelización» (cf. Evangelii nuntiandi, 75) y «el protagonista de la misión» (cf. Redemptoris missio, 21). Queridos jóvenes, como han reiterado tantas veces mis venerados Predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, anunciar el Evangelio y testimoniar la fe es hoy más necesario que nunca (cf. Redemptoris missio, 1). Alguno puede pensar que presentar el tesoro precioso de la fe a las personas que no la comparten significa ser intolerantes con ellos, pero no es así, porque proponer a Cristo no significa imponerlo (cf. Evangelii nuntiandi, 80). Además, doce Apóstoles, hace ya dos mil años, han dado la vida para que Cristo fuese conocido y amado. Desde entonces, el Evangelio sigue difundiéndose a través de los tiempos gracias a hombres y mujeres animados por el mismo fervor misionero. Por lo tanto, también hoy se necesitan discípulos de Cristo que no escatimen tiempo ni energía para servir al Evangelio. Se necesitan jóvenes que dejen arder dentro de sí el amor de Dios y respondan generosamente a su llamamiento apremiante, como lo han hecho tantos jóvenes beatos y santos del pasado y también de tiempos cercanos al nuestro. En particular, os aseguro que el Espíritu de Jesús os invita hoy a vosotros, jóvenes, a ser portadores de la buena noticia de Jesús a vuestros coetáneos. La indudable dificultad de los adultos de tratar de manera comprensible y convincente con el ámbito juvenil puede ser un signo con el cual el Espíritu quiere impulsaros a vosotros, jóvenes, a que os hagáis cargo de ello. Vosotros conocéis el idealismo, el lenguaje y también las heridas, las expectativas y, al mismo tiempo, el deseo de bienestar de vuestros coetáneos. Tenéis ante vosotros el vasto mundo de los afectos, del trabajo, de la formación, de la expectativa, del sufrimiento juvenil... Que cada uno de vosotros tenga la valentía de prometer al Espíritu Santo llevar a un joven a Jesucristo, como mejor lo considere, sabiendo «dar razón de vuestra esperanza, pero con mansedumbre » (cf. 1 P 3, 15).

Pero para lograr este objetivo, queridos amigos, sed santos, sed misioneros, porque nunca se puede separar la santidad de la misión (cf. Redemptoris missio, 90). Non tengáis miedo de convertiros en santos misioneros como San Francisco Javier, que recorrió el Extremo Oriente anunciando la Buena Noticia hasta el límite de sus fuerzas, o como Santa Teresa del Niño Jesús, que fue misionera aún sin haber dejado el Carmelo: tanto el uno como la otra son «Patronos de las Misiones». Estad listos a poner en juego vuestra vida para iluminar el mundo con la verdad de Cristo; para responder con amor al odio y al desprecio de la vida; para proclamar la esperanza de Cristo resucitado en cada rincón de la tierra.

8. Invocar un «nuevo Pentecostés» sobre el mundo

Queridos jóvenes, os espero en gran número en julio de 2008 en Sydney. Será una ocasión providencial para experimentar plenamente el poder del Espíritu Santo. Venid muchos, para ser signo de esperanza y sustento precioso para las comunidades de la Iglesia en Australia que se preparan para acogeros. Para los jóvenes del país que nos hospedará será una ocasión excepcional de anunciar la belleza y el gozo del Evangelio a una sociedad secularizada de muchas maneras. Australia, como toda Oceanía, tiene necesidad de redescubrir sus raíces cristianas. En la Exhortación postsinodal Ecclesia in Oceania Juan Pablo II escribía: «Con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia en Oceanía se está preparando para una nueva evangelización de pueblos que hoy tienen hambre de Cristo... La nueva evangelización es una prioridad para la Iglesia en Oceanía» (n. 18).

Os invito a dedicar tiempo a la oración y a vuestra formación espiritual en este último tramo del camino que nos conduce a la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, para que en Sydney podáis renovar las promesas de vuestro Bautismo y de vuestra Confirmación. Juntos invocaremos al Espíritu Santo, pidiendo con confianza a Dios el don de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y para la humanidad del tercer milenio.

María, unida en oración a los Apóstoles en el Cenáculo, os acompañe durante estos meses y obtenga para todos los jóvenes cristianos una nueva efusión del Espíritu Santo que inflame los corazones. Recordad: ¡la Iglesia confía en vosotros! Nosotros, los Pastores, en particular, oramos para que améis y hagáis amar siempre más a Jesús y lo sigáis fielmente. Con estos sentimientos os bendigo a todos con gran afecto.

En Lorenzago, 20 de julio de 2007

Benedicto XVI

martes, 8 de julio de 2008

domingo, 29 de junio de 2008

Homilía en castellano de Benedicto XVI en la apertura del Año Paulino


HOMILÍA COMPLETA

Santidad y delegados fraternos
Señores cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas,


Estamos reunidos ante la tumba de san Pablo, quien nació, hace dos mil años, en Tarso de Cilicia, en la actual Turquía. ¿Quien era este Pablo? En el templo de Jerusalén, frente a la multitud agitada que quería matarlo, el se presenta a sì mismo con estas palabras: «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios…. Al final de su camino dirá de sí: “yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Maestro de los gentiles, apóstol y pregonero de Jesucristo, así él se caracteriza a sí mismo en una mirada retrospectiva del recorrido de su vida. Pero con ello, la mirada no va sólo hacia el pasado. “Maestro de los gentiles- esta palabra se abre hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones. Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. Él es también nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros.


Por lo tanto, estamos reunidos no para reflexionar sobre una historia pasada, irrevocablemente superada. Pablo quiere hablar con nosotros, hoy. Por esto he querido convocar este especial “Año paulino”: para escucharlo y tomar ahora de èl, como nuestro maestro, en la fe y la verdad, en la cual están radicadas las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo. En esta perspectiva he querido encender, para este bimilenario del nacimiento del Apóstol, una especial “Llama paulina”, que permanecerá encendida durante todo el año, en un especial bracero colocado en el pórtico de la basílica. Para solemnizar esta recurrencia he inaugurado también la llamada “Puerta Paulina”, a través de la cual he entrado en la basílica acompañado por el patriarca de Constantinopla, el cardenal Arcipreste y por otras autoridades religiosas.


Es para mi motivo de una íntima alegría que la apertura del Año paulino asuma un particular carácter ecuménico por la presencia de numerosos delegados y representantes de otras iglesias y Comunidades eclesiales, que acojo con el corazón abierto. Saludo en primer lugar a Su santidad el patriarca Bartolomé I y a los miembros de la delegación que los acompaña, así como al nutrido grupo de laicos de varias partes del mundo que han venido a Roma para vivir con Él y con todos nosotros estos momentos de oración y de reflexión. Saludo a los Delegados Fraternos de las Iglesias que tienen un vínculo particular con el apóstol Pablo- Jerusalén, Antioquia, Chipre, Grecia- y que forman el ambiente geográfico de la vida del Apóstol antes de su llegada a Roma. Saludo cordialmente a los Hermanos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales de Oriente y de Occidente, junto a todos ustedes he querido tomar parte de este solemne inicio del Año dedicado al Apóstol de los gentiles.

Estamos, entonces, reunidos para interrogarnos sobre el gran Apóstol de los gentiles. Nos preguntamos, no solo: ¿Quién era Pablo? Nos preguntamos sobretodo: ¿Quién es Pablo?, ¿Qué me dice? En esta hora, del inicio del Año paulino que estamos inaugurando, quisiera elegir de del rico testimonio del Nuevo testamento tres textos, en los cuales aparece su fisonomía interior, lo específico de su carácter. En la Carta a los Gálatas, él nos ha donado una profesión de fe muy personal, en la cual abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida “Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él- a Pablo- y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha donado por él. Su fe es el ser alcanzado por el amor de Jesucristo, un amor que lo perturba hasta lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo.


Por muchos, Pablo es presentado como un hombre combativo que sabe manejar la espada de la palabra. De hecho, sobre su camino de apóstol no faltaron las disputas. No buscó una armonía superficial. En su primera carta, aquella dirigida a los tesalonicenses, el mismo dice: “tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas….Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia..”. La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista de un éxito exterior. La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado ameritaba para él la lucha, la persecución, el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo, era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a otros este amor. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro. Los conceptos fundados en su anuncio se comprenden únicamente en base a esto. Tomemos solamente una de sus palabras claves: la libertad. La experiencia del ser amado hasta el final por Cristo le había abierto los ojos sobre la verdad y sobre el camino de la existencia humana –esa experiencia abrazaba todo. Pablo era libre como hombre amado por Dios que, en virtud de Dios, estaba en capacidad de amar junto con Él. Este amor es ahora la “ley” de su vida y justamente así es la libertad de su vida. Él habla y actúa movido por la responsabilidad del amor, el es libre, y dado que es uno que ama, el vive totalmente en la responsabilidad de este amor y no toma la libertad como pretexto para el albedrío y el egoísmo. En el mismo espíritu Agustín ha formulado la frase luego famosa: ama y has lo que quieras. Quien ama a Cristo como lo ha amado pablo, puede verdaderamente hacer lo que quiere, porque su amor está unido a la voluntad de Cristo, y por ende, a la voluntad de Dios; porque su voluntad está anclada en la verdad y porque su voluntad no es más que simplemente su voluntad, arbitrio de su yo autónomo, sino que está integrada a la libertad de Dios y de ella recibe el camino que recorrer.


En la búsqueda de la fisonomía interior de San Pablo, quisiera, en segundo lugar, recordar la palabra que Cristo resucitado le dirige sobre el camino de damasco. Antes el Señor le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y le es dada la respuesta: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.Persiguiendo a la Iglesia, Pablo persigue al mismo Jesús. “Tu me persigues”. Jesús se identifica con la Iglesia en un solo sujeto. En esta exclamación del resucitado, que transformó la vida de Saúl, en el fondo está contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Cristo no se ha retirado en el Cielo, dejando sobre la tierra una secuela de seguidores que llevan adelante su causa. La Iglesia no es una asociación que quiere promover una cierta causa. En ella no se trata de una causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo, que también como Resucitado permaneció “carne”. Él tiene carne y huesos”, lo afirma en Lucas el Resucitado frente a los discípulos que lo habían considerado un fantasma. Èl tiene un cuerpo. Está personalmente presente en la Iglesia, “Cabeza y Cuerpo” forman un único sujeto, diría Agustín. “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, escribe pablo a los Corintios. Y agrega: como según el Libro del Génesis, el hombre y la mujer se hacen una sola carne, así Cristo con los suyos se hace un sólo espíritu, un único sujeto en el mundo nuevo de la resurrección. En todo esto, se visualiza el misterio eucarístico, en el cual Cristo dona continuamente su Cuerpo y hace de nosotros su Cuerpo: “el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”. Con estas palabras se dirige a nosotros, en este momento, no sólo Pablo, mas el Señor mismo: ¿Cómo habéis podido lacerar mi Cuerpo? Frente al rostro de Cristo, esta palabra se convierte al mismo tiempo en una petición urgente: Vuelve a juntarnos de todas las divisiones. Haz que hoy se haga nuevamente realidad: Hay un sólo pan, por lo tanto, nosotros, a pesar de ser mucho, somos un sólo cuerpo. Para pablo la palabra Iglesia como Cuerpo de Cristo no es un parangón cualquiera. Va mucho más allá de un parangón. “¿Por qué me persigues?. Continuamente Cristo nos atrae hacia su Cuerpo, edifica su Cuerpo a partir del centro eucarístico, que para Pablo es el centro de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, como también cada individuo puede de manera totalmente personal experimentar: Él me ha amado y ha se ha dado por mí.

Quisiera concluir con una palabra tardía de San Pablo, una exhortación a Timoteo desde la prisión, frente a la muerte. “Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio” dice el Apóstol a su discípulo. Esta palabra, que está al final de los caminos recorridos por el apóstol como un testamento, nos lleva hacia atrás, al comienzo de su misión. Mientras, después del su encuentro con el resucitado, pablo se encontraba ciego en su habitación en Damasco, Anania recibió el encargo de ir donde el perseguidor temido e imponerle las manos, para que recuperara la vista. A la objeción de Anania que este Saúl era un perseguidor peligroso de los cristianos, le es dada la respuesta: Este hombre debe llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre”. El encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo van inseparablemente juntas. La Llamada a ser el maestro de las gentes es al mismo tiempo e intrínsecamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos ha redimido mediante su Pasión. En un mundo en el que la mentira es potente, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere esquivar el sufrimiento, tenerlo alejado de sí, tiene alejada la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad y así servidor de la de. No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia de sí mismos, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad. Allí donde no hay nada que valga que por ello se sufra, también la misma vida pierde su valor. La eucaristía –el centro de nuestro ser cristianos- se funda en el sacrificio de Jesús por nosotros, ha nacido del sufrimiento del amor que en la Cruz encontró su culmen. Nosotros vivimos de este amor que dona. Eso nos da la valentía y la fuerza de sufrir con Cristo y por él, de este modo, sabiendo que justamente así nuestra vida se hace grande, madura y verdadera. A la luz de todas las cartas de san Pablo vemos como en su camino de maestro de las gentes se ha cumplido la profecía de ananay en la ora de la llamada: “Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre”. Su sufrimiento lo hace creíble como maestro de verdad, que no busca su propio provecho, la propia gloria, el placer personal, mas se empeña pro Aquel que nos ha amado y nos se ha dado a sí mismo por todos nosotros

En esta hora en la que agradecemos al Señor, porque ha llamado a Pablo, haciéndolo luz de las gentes y maestro de todos nosotros, oramos: Danos también hoy el testimonio de la resurrección, tocado por tu amor y capaces de llevar la luz del Evangelio en nuestro tiempo. San Pablo ora por nosotros. Amen.